Diseñados para sobrevivir, los huevos de insecto aguardan e incuban donde sea que sus padres los depositen.
Nos engañamos casi a diario. Imaginamos que la Tierra es nuestra, pero les pertenece a ellos. Apenas hemos comenzado a contar sus variedades. Aparecen nuevos tipos en Manhattan, en los patios, casi cada vez que volteamos un tronco.
No hay dos que se vean iguales. Serían como extraterrestres entre nosotros si no fuera porque, desde donde se vea, los raros somos nosotros, ajenos a sus formas de vida, más comunes que la nuestra.
Mientras que los monstruos vertebrados han ido y venido, los insectos han seguido apareándose e incubando y, al mismo tiempo, poblando cada pantano, árbol y parcela de tierra.
Hablamos de la era de los dinosaurios o la de los mamíferos, pero desde que el primer animal trepó a tierra, todas las eras han sido también de los insectos, mírese como se mire. Sabemos, en parte, lo que hace diferentes a los insectos.
Esos otros primeros animales se ocuparon de sus crías, como la mayoría de sus descendientes, las aves, los reptiles y los mamíferos, que aún les llevan comida a sus vástagos y pelean para protegerlos.
Los insectos, en general, abandonaron estas tradiciones por una vida más moderna. Los insectos desarrollaron huevos más duros y una extremidad especial, un ovipositor, que algunos usan para hundir sus huevos en el tejido de la Tierra.
Levanta una piedra y los verás ahí. Parte un pedazo de madera, y ahí estarán también. Pero no sólo en esos lugares. Los pájaros se las ven difíciles para encontrar sitios donde anidar, pero los insectos desarrollaron la habilidad de convertir cualquier cosa en una guardería: madera, hojas, tierra, agua, incluso cuerpos (especialmente cuerpos).
Si existe una sola característica que haya asegurado la diversidad y éxito de los insectos es que pueden abandonar a sus crías en casi cualquier parte y aun así lograr que sobrevivan, gracias a esos huevos.
En un inicio eran simples, suaves y redondos, pero luego de 300 millones de años los huevos de insectos se han vuelto tan variados como los lugares donde reinan los insectos. Algunos huevos parecen tierra; otros plantas.
Cuando los encuentras, podrías no saber de qué se trata en un principio. Sus formas son inusuales y están decoradas con ornamentos y diversas estructuras. Algunos respiran por largos tubos que extienden a través del agua.
Otros cuelgan de tallos sedosos. Otros más vagan sin rumbo en el viento o montados sobre moscas. Son tan coloridos como las piedras, de tonos turquesa, pizarra y ámbar. Es común que tengan espinas, lo mismo que lunares, hélices y rayas.
Sin embargo, el funcionamiento básico de los huevos de insecto, como el de cualquier otro, es reconocible. El huevo desarrolla su caparazón mientras sigue en el interior de la madre. Ahí el esperma debe encontrar una apertura al final del huevo, el micrópilo, y atravesarlo nadando.
El esperma espera esta oportunidad dentro de la madre, a veces por años. Un esperma exitoso, cansado pero victorioso, fertiliza cada huevo, y esta unión produce los principios indiferenciados de un animal alojado dentro de una membrana parecida a un útero.
Aquí se forman los ojos, las antenas, la boca y lo demás. Mientras esto sucede, la criatura respira por los aerópilos del huevo, a través de los cuales se distribuye en el interior el oxígeno y sale el bióxido de carbono.
Que todo esto ocurra en una estructura que típicamente no es más grande que un grano de azúcar morena es al mismo tiempo increíble y normal. Después de todo, esta es la forma en la que comenzaron la mayoría de los animales que han vivido en la Tierra hasta ahora.
Lo que ves en estas páginas son huevos que pertenecen a unas pequeñas ramas del árbol de la vida de los insectos. Entre ellos están los de algunas mariposas que enfrentan extraordinarias penalidades para defenderse de los predadores y, a veces, de las plantas en las que son depositados.
Algunas pasifloras transforman partes de sus hojas en formas que se parecen a los huevos de mariposa; las madres mariposa, al ver los "huevos", se van a otras plantas a depositar sus bebés. Semejantes imitaciones son imperfectas, pero afortunadamente también lo es la visión de la mariposa.
Los huevos también deben evitar de alguna manera que les depositen en su interior huevos de otro tipo de insectos, los parasitoides. Las avispas y moscas parasitoides usan sus largos ovipositores para introducir sus huevos en los huevos y cuerpos de otros insectos.
Alrededor de 10% de todas las especies de insectos son parasitoides. Es una vida llena de recompensas, con el único castigo de la existencia de los hiperparasitoides, que depositan sus huevos adentro de los cuerpos de los parasitoides cuando están dentro de los cuerpos o huevos de sus huéspedes.
Muchos huevos y orugas de mariposas eventualmente se convierten en avispas como consecuencia de este teatro de la vida. Incluso los huevos muertos y en conserva que se muestran aquí podrían contener algún misterio.
Dentro de algunos hay jóvenes mariposas, pero en otros podría haber avispas o moscas que ya se comieron su primera cena y, por supuesto, también la última.
De vez en cuando, y en contra de todas las probabilidades, un grupo de insectos tiene una leve regresión y decide cuidar a sus crías de manera más activa. Los escarabajos peloteros hacen bolas de estiércol para sus bebés.
Los escarabajos carroñeros ruedan cuerpos. Y luego están las cucarachas, algunas de las cuales llevan en la espalda a sus ninfas recién nacidas.
Los huevos de estos insectos han perdido sus rasgos distintivos y se han vuelto redondos de nuevo, como huevos de lagartija, y por tanto se han hecho más vulnerables y necesitan cuidados, como nuestras propias crías. No obstante, sobreviven.
Desde hace millones de años, los insectos han salido de huevos. Sucede ahora, a tu alrededor. Si pones atención, casi podrías escuchar los caparazones desmoronándose mientras unas patas diminutas, seis a la vez, irrumpen en el mundo.