Hay una sociedad enferma víctima de la manipulación, dice la experta Ana Isabel Gutiérrez.
Hay una sociedad obsesionada con la delgadez y la juventud, advierte Ana Isabel Gutiérrez, autora del libro «Consume y calla» (Editorial Foca).
Sostiene que el panorama se debe a una «manipulación total», basada en estereotipos físicos irreales y a una alimentación que dista mucho de ser sana.
El primer mito a romper: delgadez no es sinónimo de salud, ni gordura de enfermedad.
El equilibrio, afirma, está «en el normopeso», «el peso individual que tiene una determinación multicausal, como la estructura o altura y los antecedentes genéticos y, sobre todo, que es variable a lo largo del tiempo. No se puede pesar siempre lo mismo». La mala alimentación se ha visto incentivada por un cambio global de hábitos, que ha restado tiempo para una mayor elaboración de las comidas y una conducta más sana. Pero también la falta de recursos ha hecho daño.
«Hay estudios que constatan que comer sano es más caro y la obesidad en las sociedades desarrolladas está asociada a la pobreza». Y la crisis ha agudizado la tendencia. «Además comemos infinitamente peor que nuestros abuelos». Y todo pese a que ellos pasaron hambre en la posguerra española. Gutiérrez asegura que las sociedades desarrolladas han perdido el placer de comer y, cuando lo hacen, aparece muchas veces la culpabilidad.
Manipulación publicitaria
El trasfondo es toda una forma de vida, «una sociedad enferma víctima de una manipulación de las empresas, que promueven mensajes publicitarios incorrectos y poco éticos», asegura Gutiérrez, que desenmascara en su libro las prácticas más cuestionables de las grandes firmas.
La autora no se muerde la lengua y se atreve a citar desde su dedicatoria a marcas de la industria alimentaria y cosmética internacional -«sin ellos este libro no habría sido posible», dice irónica- y a realizar una minuciosa denuncia de vulneraciones a la ley y promesas sin base científica alguna que multiplican exponencialmente el precio de los productos tanto alimenticios como cosméticos. Y es que en la industria cosmética también hay muchas trampas, asegura Gutiérrez.
La primera y más típica: el engaño en el mensaje. La autora estudia la letra «diminuta» de muchos mensajes para plantear la tesis de que el consumidor entiende a menudo algo muy diferente al verdadero significado, que se ofrece camuflado y confuso. Y en base a esa confusión, el consumidor está dispuesto a pagar cuatro veces más por el efecto de un producto que no está asegurado. «Hay cremas que cuestan 800 euros y que no hacen más que otras marcas más populares y asequibles», asegura la autora. Lo segundo a tener claro: «No hay milagros en cosmética. El mejor milagro para la piel es alimentarse bien, beber suficiente agua, utilizar una crema hidratante y descansar ocho horas diarias», asegura.
¿Qué hacer para cuidarse de verdad en una realidad de falta de tiempo y muchas veces recursos? «Se necesita un cambio integral del sistema de valores. Es necesario un ejercicio de reflexión y priorización y tener en cuenta que una mala alimentación resta años de vida. Quizá hay que hacer algunas renuncias para cuidarnos un poquito». Pero sobre todo, sin sufrir. «Hay mucha gente que hace deporte con la obsesión de cambiar su cuerpo y no por mejorar su salud».
También es necesario que se abaraten los alimentos sanos y una regulación más estricta de las prácticas fraudulentas, asegura la autora. ¿Y para el consumidor de a pie? No creer en los milagros, mirar con lupa la letra pequeña y sobre todo: «Alimentarse normal para estar sanos en lugar de tomar productos para estar más guapos.
Con información de DPA