Una caverna sumergida contenía huesos prehistóricos? así inició la historia.
Extracto de la edición de enero de la revista National Geographic en español.
Fotografías de Robin Hammond
El primer rostro de los primeros americanos pertenece a una adolescente desafortunada que sufrió una caída mortal en una cueva de Yucatán hace unos 12,000 o 13,000 años. La historia de su descubrimiento comienza en 2007, cuando los buzos Alberto Nava, Alex Álvarez y Frnaco Attolini realizaron un hallazgo sorprendente: una inmensa caverna sumergida llamada Hoyo Negro. Al fondo del abismo, sus luces revelaron una cama de huesos prehistóricos, entre ellos al menos un esqueleto humano completo.
Los buzos reportaron el descubrimiento al Instituto Nacional de Antropología e Historia, el cual reunió a un equipo internacional de arqueólogos y otros investigadores para analizar la cueva y su contenido.
El esqueleto -conocido afectuosamente como Naia, en honor a las ninfas del agua de la mitología griega -resultó ser uno de los más antiguos que se hayan encontrado en el continente americano y el primero lo suficientemente intacto como para ofrecer una base para la reconstrucción facial. Los genetistas pudieron incluso extraer una muestra de ADN.
Juntos, esos restos podrían explicar un misterio perenne acerca de la población de América: si los nativos americanos descienden de exploradores asiáticos que migraron hacia el continente americano hacia finales de la Era de Hielo ¿por qué no se parecen a sus antiguos ancestros?
Todo parece indicar que los primeros americanos eran una pandilla muy ruda. Al mirar los restos de esqueletos de los paleoamericanos se observa que la mitad de los hombres tiene heridas causadas por acciones violentas, y cuatro de cada 10 presentan fracturas en el cráneo. Las heridas no parecen haber sido el resultado de percances de caza y no ostentan marcas de guerra. Más bien parece que estos hombres peleaban entre sí, a menudo, de manera violenta.
Las mujeres no tienen este tipo de heridas, pero son mucho más pequeñas que los hombres, con signos de malnutrición y abuso doméstico.
Para el arqueólogo Jim Chatters, codirector del equipo de investigación de Hoyo Negro, todos estos son indicios de que los primeros americanos eran lo que él llama poblaciones del ?tipo salvaje del hemisferio norte?: audaces y agresivas, con machos hipermasculinos y mujeres diminutas, subordinadas. Y esto, piensa, explica por qué los rasgos faciales de los primeros americanos son tan distintos de aquellos de los nativos americanos posteriores. Los primeros eran pioneros que corrían riesgos; los hombres más rudos se llevaban el botín y ganaban las peleas por mujeres. Como resultado, sus rasgos y facciones robustos prevalecían sobre los más suaves e infantiles que se hicieron evidentes en poblaciones posteriores más establecidas.
Naia tiene rasgos faciales típicos de los primeros americanos, pero también marcas genéticas comunes entre los nativos americanos modernos. Esto apunta a que ambos grupos son distintos porque las poblaciones tempranas hayan sido reemplazadas por grupos posteriores que migraron desde Asia, como algunos antropólogos han aseverado. Más bien lucen distintos porque los primeros americanos cambiaron después de haber llegado aquí.
La investigación de Chatters es sólo uno de los interesantes desarrollos. Los nuevos hallazgos arqueológicos, las hipótesis novedosas y una gran riqueza de datos genéticos han lanzado nueva luz sobre quiénes fueron los primeros americanos y cómo fue que pudieron haber llegado al hemisferio occidental . Pero su historia sigue siendo en gran medida, un misterio.