Si queremos encontrar vida extraterrestre inteligente, tal vez debamos buscar pruebas de su extinción.
Desde hace más de 50 años, hemos estado escuchando el cosmos para captar transmisiones que puedan revelar al existencia de vida extraterrestre inteligente.
Y hasta ahora, nadie se ha molestado en llamar.
¿Es por algo que dijimos?
Una posibilidad es que estemos solos o al menos, que seamos la única civilización inteligente en las inmediaciones de la Vía Láctea.
Aunque existe una alternativa algo más siniestra: la vida inteligente emerge en otros mundos periódicamente, pero tiene la desafortunada tendencia de autodestruirse.
Por desgracia, la posibilidad no es descabellada, en vista de la devastación que hemos causado durante nuestro reinado ?relativamente- breve como especie dominante en este planeta.
Por ello, hace poco un trío de científicos publicó una guía que podría ayudar a los astrónomos a detectar apocalipsis alienígenas, bien como la huella química de un mundo repleto de cadáveres en descomposición, como restos radiactivos de una guerra nuclear o como despojos de un escenario tipo ?Estrella de la Muerte?, donde todo el planeta voló en pedacitos.
La llaman SEETI: Search for Extinct Extraterrestrial Intelligence (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre Extinta).
Necropsia planetaria
Lo irónico es que la idea de buscar civilizaciones destruidas surgió de un taller académico titulado ?Construcción de mundos habitables?.
?Se nos ocurrió que podríamos detectar la presencia de vida si empezábamos por detectar su destrucción?, dice Jack O?Malley-James, astrobiólogo de la Universidad de Cornell y uno de los autores del artículo. ?Además de informar si hay vida en otras partes, también podría darnos una idea de lo comunes o raras que son las civilizaciones, y cuánto podemos esperar que sobreviva la nuestra?.
El estudio SEETI se fundamenta en técnicas aún en desarrollo para la siguiente generación de telescopios, las cuales detectan ?biofirmas? extraterrestres que indicarían la posible existencia de vida alienígena.
Por ejemplo, al observar un exoplaneta, el reabastecimiento continuo de oxígeno atmosférico podría sugerir la presencia de organismos fotosintéticos.
No obstante, la investigación SEETI no busca biofirmas o señales de vida. Por el contrario, los científicos tienen que localizar necrofirmas ?señales de muerte- que apunten a una destrucción masiva.
Imaginemos un escenario de guerra biológica que aniquiló a toda la población de un planeta. Los microorganismos que provocaron la descomposición se habrían atiborrado de cuerpos alienígenas y al hacerlo, excretarían compuestos químicos que aumentarían, radicalmente, los niveles atmosféricos de metano y etano.
Si el tamaño de la población extraterrestre fuera comparable al de la Tierra, dichos gases se disiparían en un año, más o menos, de suerte que solo habría una pequeña ?ventana de oportunidad? para detectar el cataclismo.
Pero si el arsenal biológico incluyó virus genéticamente modificados capaces de contagiar distintas especies, entonces los animales del planeta se habrían contado entre las víctimas y en ese caso, los indicios de la guerra biológica serían visibles durante varios años.
Un fulgor malsano
Nadie sabe cuántas veces hemos evitado una guerra nuclear. Mas otros mundos tal vez no hayan corrido con la misma suerte.
Una pista de que una civilización se aniquiló con armas nucleares sería un cambio en la luminiscencia nocturna del planeta, fenómeno que posiblemente haya observado en el cielo, durante una noche oscura. Electrones y protones que arrastra el viento solar chocan a gran velocidad contra los átomos de oxígeno de la atmósfera, haciendo que produzcan una tenue luz verdosa. Pues bien, las partículas que emiten las armas nucleares tendrían un efecto parecido y harían ?que la luminiscencia nocturna aumentara diez veces?, informa el estudio SEETI.
Los efectos térmicos de una guerra nuclear global también alterarían la química de la atmósfera. Cuando estalla un arma nuclear, el aire circundante se calienta a temperaturas extremas y después se enfría con relativa rapidez. Esto precipita una reacción química que produce montones de óxido nítrico, gas que consume la capa de ozono de la atmósfera.
Esos cambios atmosféricos podrían observarse durante varios años después de la catástrofe, aunque la visibilidad sería entorpecida por otra consecuencia de la guerra nuclear: la tremenda cantidad de polvo lanzado a la atmósfera.
Aunque improbable, es posible que los astrónomos pudieran ver la evidencia ?antes y después? de una guerra nuclear: si notaran que la atmósfera transparente del planeta se vuelve opaca algún tiempo después.
Por supuesto, el polvo atmosférico podría explicarse por causas naturales.
Así que, en vez de armas nucleares, tal vez un enorme asteroide podría haber chocado contra el planeta; pero, claro, la diferencia poco importaría a cualquiera que estuviera allí en ese momento.
Desintegración
Algunos escenarios de O?Malley-James y sus coautores caen en la categoría de las tecnologías especulativas. Por ejemplo, proponen el fantasma del infame apocalipsis de ?Grey Goo? (Plaga gris).
Creado en la década de 1980, este juego propone la existencia de ?nanobots autorreplicantes? que se multiplican utilizando materiales compuestos de carbono. Programados con fines malignos, pueden convertirse en armas devastadoras y hacer polvo cualquier forma de vida.
El artículo SEETI sugiere que semejante desastre sería detectable durante miles de años, pues parte del polvo ingresaría en la atmósfera o cubriría el planeta con dunas de formas extrañas.
Sin embargo, una de las ideas más extremas es la destrucción física y total del mundo, cosa que se lograría generando suficiente energía para vencer la fuerza gravitacional del planeta; en otras palabras, hacerlo volar en pedacitos.
Pero, ¿qué tipo de evidencia quedaría de un acto tan atroz? Una posibilidad remota es detectar compuestos artificiales en el arco de escombros; eso indicaría que el planeta fue hogar de una civilización tecnológicamente avanzada.
Por lo demás, la única opción sería presenciar el momento de la destrucción. Y si los astrónomos no pueden determinar alguna causa natural (como el choque con otro cuerpo de tamaño planetario) tendrán que considerar, tentativamente, la posibilidad de ?juego sucio extraterrestre?.
?Con el tiempo, obtendremos la primera evidencia de inteligencia extraterrestre a partir de los restos de civilizaciones poco prudentes?, concluye el artículo SEETI. ?Esa información no solo nos proporcionará conocimientos, sino sabiduría?.