Desde hace un siglo se detectó el trastorno por el que ciertas personas rechazan su aspecto.
La belleza es determinada por el ojo que observa. Sí, es una frase sabia, pero la sentencia adquiere un significado totalmente distinto para quienes sufren un trastorno dismórfico corporal (TDC). Quienes lo padecen se ven horribles, están convencidos de que su nariz, su contextura o su tez los hacen ver mal, y cuanto más se concentran en su aspecto, más ven los supuestos defectos de su belleza y más seguros están de su falta de atractivo.
"Muchas veces los afectados son muy atractivos, pero su forma de percibirse está lejos de coincidir con cómo los ven los demás", explica la psicóloga Viktoria Ritter, que estudia posibles terapias para aplicar en estos casos. Quienes padecen TDC tienen un sentido muy agudo de la estética de las proporciones y notan diferencias mínimas. Pero dado que todo el mundo en algún momento se pregunta "¿soy bello?", los casos de trastorno dismórfico corporal suelen ser detectados más bien tarde.
Cuando la hija de Wilhelm Steffen empezó a pasar cada vez más horas en el baño sus padres pensaron que era un fenómeno típico de la adolescencia. Los médicos a los que recurrieron no los supieron orientar, comenta Wilhelm, que participa en un grupo de familiares de personas con TDC, "un trastorno que sigue siendo poco conocido incluso entre especialistas", comenta el psicoterapeuta Stefan Brunhoeber.
Los afectados no se sienten enfermos. Están convencidos de que tienen una falla física y van una y otra vez a mirarse en el espejo.
Acuden al dermatólogo, algunos incluso al cirujano estético, e intentan aproximarse a lo que es su ideal de belleza que, sin embargo, nunca logran alcanzar por tener una percepción distorsionada de sí mismos.
En un 80 por ciento de los casos el TDC se manifiesta por primera vez durante la adolescencia. "Es la etapa en la que toda persona debe afrontar grandes desafíos en su desarrollo", apunta el especialista. Ocuparse de la apariencia compensa muchas inseguridades, explica.
"Pero si alguien se pasa más de una hora al día haciendo rituales de control frente al espejo, frente a vidrios de ventana o con el teléfono móvil o si pregunta con mucha frecuencia cómo se ve, más vale estar atentos", dice Ritter. Otra de las señales de alerta es que los afectados se repliegan, no se reúnen con amigos, faltan muchas veces a la escuela o al trabajo por miedo a que sus falencias estéticas llamen la atención.
Entre las causas del TDC pueden estar el mobbing, las burlas y los ideales de belleza propagados en los medios, donde la belleza y el éxito se muestran de la mano. No obstante, el TDC no es algo que haya aparecido con el boom mediático. El trastorno ya había sido descrito hace 100 años, cuando se le dio el nombre de dismorfofobia.
Brunhoeber apunta además que entre las causas puede detectarse un hogar sobreprotector o que la persona se haya visto expuesta a críticas o rechazos permanentes. Muchos de los afectados tienen una baja autoestima y poco margen para soportar o solucionar conflictos.
Es por eso que las terapias apuestan por ejercitar ese tipo de capacidades y de fomentar la exposición. Los pacientes confrontan a terceros con un listado de preguntas sobre su aspecto. Pueden hacerlo en una calle peatonal, hablar con desconocidos, para saber de ese modo realmente cómo los ven.
En algunos casos de TDC los antidepresivos como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina pueden servir como ayuda. Sin embargo, según destaca Brunhoeber, la terapia es el enfoque que tiene un mayor efecto a largo plazo.