En lo alto del Cáucaso, centenarias torres defensivas dominan la vista de las aisladas aldeas de Svanetia.
Extracto de la edición de mayo de la revista National Geographic en Español.
A lo largo de la historia, muchos imperios poderosos -árabe, mongol, persa, otomano- enviaron ejércitos a saquear Georgia, la frontera entre Europa y Asia. Pero el hogar de los esvanos, una franja de tierra oculta entre los desfiladeros del Cáucaso, permaneció libre hasta mediados del siglo XIX, cuando los rusos tomaron el control.
El aislamiento de Svanetia ha moldeado su identidad y valor histórico. En épocas de peligro, los georgianos de tierras bajas enviaban iconos, joyas y manuscritos a resguardo en iglesias y torres en la montaña, convirtiendo Svanetia en depositaria de la antigua cultura georgiana, papel que los esvanos tomaban con gran seriedad: un ladrón de iconos podía ser expulsado de la aldea o, peor aún, sufrir la maldición de alguna divinidad.
Sin embargo, los habitantes de Svanetia preservaron una cultura aún más antigua en su fortaleza de montaña: la propia. Hacia el siglo I a.C., los esvanos, considerador descendientes de esclavos sumerios, tenían reputación de ser guerreros feroces, como consta en los escritos del geógrafo griego Estrabón. A la llegada del cristianismo, alrededor del siglo VI, la cultura esvana había echado profundas raíces y tenía una lengua propia, un complejo estilo musical e intrincados códigos de caballería, venganza y justicia comunal.
Anciano patriarca de Adishi, Bavchi Kaldani habla en apenas un ronco susurro, pero sus palabras son poderosas: ?Si me detengo, moriré?. Pese a sus 86 años, manos artríticas y espalda encorvada, insiste en seguir realizando las arduas tareas de la vida en una aldea esvana: corta madera con su pesada hacha, siega hierba para las raciones invernales de sus animales y repara la torre de piedra de su familia.
Testimonio de la precaria existencia en la montaña, alguna vez él mismo estuvo tentado a dejar Svanetia. Criado en machubi -vivienda tradicional de piedra para familias extendidas, incluido el ganado-, Kaldani recuerda una época en que su bulliciosa aldea albergaba 60 familias, siete iglesias y docenas de artefactos sagrados de cuando líderes de clanes de toda la región cabalgaban varios días para orar ante los Evangelios de Adishi, volumen encuadernado en piel que data del año 897. Si bien la continua amenaza de una catástrofe obligaba a Kaldani a mantener reservas para los crudos inviernos que, incluso hoy, aíslan la población del resto de Svanetia, nada lo preparó para las mortíferas avalanchas de 1987. Aquel invierno logró mantener a salvo a su familia en la base de la torre, pero hubo docenas de víctimas por toda Svanetia y eso desató el éxodo.
Conforme más familias emigraban a las tierras bajas de Georgia, Adishi se transformaba en un pueblo fantasma. En determinado momento quedaban apenas cuatro familias; entre ellas, Kaldani y su esposa, y el bibliotecario de la aldea. Sus hijos, que habían abandonado la población, los convencieron de pasar un invierno en las áridas llanuras, pero la pareja permaneció allí solo cuatro meses antes de volver a casa. ?Mi familia ha vivido aquí más de 1,200 años -explica Kaldani-. ¿Cómo iba a permitir que desapareciera mi pueblo?.
Mientras trabaja con su gorro de lana tradicional, Kaldani encarna la persistencia de la cultura esvana y los peligros que enfrenta. Es uno de los pocos que aún hablan su lengua con fluidez y también uno de los últimos mediadores de la aldea, quienes, por tradición, son convocados para dirimir disputas que abarcan desde pequeños robos hasta prolongadas reyertas familiares.
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