Abraham Levy pasó más de 100 días solo en el mar, remando de Europa a América.
Cruzó la calle sin temor, a pesar de que varios autos se aproximaban velozmente hacia él. Por un momento me sorprendí porque en la Ciudad de México el peatón no siempre es prioridad; sin embargo, la actitud de este personaje al instante me dejó claro que se trata de alguien para quien los riesgos son poco si se trata de avanzar. Más, si se trata de llegar de Europa a América en un pequeño bote.
Cuando lo conocí, Abraham Levy tenía poco más de una semana pisando suelo firme después de haber pasado 106 días solo en el mar a bordo de "Cascarita", su embarcación de menos de siete metros de eslora.
En nuestro encuentro, me narró que su plan tardó seis años en concretarse: él quería llegar de Europa a América, simplemente por vivir la aventura de cruzar el Atlántico y el Caribe sin más compañía que su entrenamiento.
Miedo y lamento
La partida histórica fue el 21 de octubre en el puerto de Mazagón, España. Y pasaron sólo seis días para que Abraham Levy padeciera una tormenta.
"Llegué a llorar, hay momentos en que me arrepentí", recuerdó.
Describió que la tormenta duró 72 horas en las que los relámpagos se presentaban uno tras otro. "Imagínate seis días en la montaña rusa, así era la sensación", expresó Levy en un tono relajado, como de quien ya asimiló una vivencia complicada.
Mientras Abraham recordaba la experiencia, su rostro se veía sereno y su piel en perfectas condiciones; al comentarle que se veía plenamente sano, y cuestionarle sobre su exposición al sol durante más de un centenar de días -buscando saber cómo se protegió para lucir así- replicó: "¡no soy náufrago, no iba a sobrevivir, iba a supervivir!".
"Lo planeas todo para descansar, cuidar musculatura, hidratación, alimentación", profundizó, y explicó que "Cascarita" llevaba un toldo que lo protegía en las horas de sol.
El sobre de cada día
La rutina de Abraham Levy mientras remaba 9 mil kilómetros de España a México, iniciaba antes del amanecer.
"Desayunaba un batido de proteína con cereales, calentaba cada músculo, me hidrataba, té, agua, un café, y empezaba a remar", dijo.
La dinámica consistía en tres horas de remo, una pausa de 15 minutos tras cada hora, en la cual comía una barra de granola o nueces, y luego un descanso al final de ese bloque, momento en el que tomaba una comida completó.
Cada día, Levy repetía tres o cuatro veces los bloques de tres horas de remo, y dedicaba el final de la jornada a la limpieza de la nave, a tareas de mantenimiento necesarias, a limpieza, a la bitácora, o a la comunicación.
Hacia la perfección
Al preguntarle a Abraham Levy qué haría diferente si tuviera que volver a cruzar el Atlántico de nuevo en soledad y en su pequeño bote, el hombre de 34 años expresó: "llevaría más variedad de comida, salsas y atún en sobres".
En la noche de Año Nuevo -en la que Abraham estaba en el mar- la cena se compuso de jamón ibérico, aceitunas y fondue.
Un teléfono satelital permitió que Abraham siempre estuviera en contacto con tierra, y mientras llegaba a su destino, Cancún, su compañía fueron peces voladores, calamares, peces ballesta, algunas aves, delfines, marsopas y una ballena concual.