Me enterraron hasta la cintura para forzarme a convertirme al islam
Durante diez meses, Aisha Moussa creía que su vida terminaría en cualquier momento. La niña nigeriana de 15 años fue secuestrada en febrero del año pasado por la milicia terrorista Boko Haram. Cierta noche, los extremistas asaltaron su pueblo, Gulak, en el estado de Adamawa, y se la llevaron junto a otras jóvenes cristianas a un campamento en el bosque de Sambisa.
Otras 200 niñas fueron secuestradas hace más de dos años en Chibok, en el noreste del país, en el caso más conocido y denunciado a nivel internacional. Justo el 18 de mayo reapareció una de ellas, la primera localizada desde entonces.
"Me enterraron hasta la cintura para forzarme a convertirme al islam", recuerda por su parte Aisha. Y después de haber sido sometida a torturas durante casi tres semanas, cedió. Renunció a su fe cristiana y fue obligada a casarse con uno de los fundamentalistas, un hombre de poco más de 30 años, según sus cálculos.
Otras muchas chicas y mujeres jóvenes en el campamento corrieron una suerte similar, relata Aisha. "Algunas apenas tenían ocho años". De día eran forzadas a trabajar en el campamento. "Sin embargo, lo que más temíamos era el regreso de nuestros esposos por la noche, porque eso significaba malos tratos y violación", dice Aisha. Las lágrimas corren por sus mejillas cuando recuerda los incontables vejámenes a los que la sometía su esposo pistola en mano.
El grupo terrorista, que pretende instaurar en el noreste de Nigeria y en las regiones aledañas de Camerún, Níger y Chad un Estado teocrático con una rigurosa interpretación del derecho islámico, lleva años secuestrando a niñas y mujeres. Al igual que la milicia terrorista Estado Islámico en Irak y Siria, Boko Haram esclaviza mujeres que tienen otras creencias como un deber religioso.
Según Amnistía Internacional, al menos 2,000 mujeres y niñas acabaron en el cautiverio de los islamistas. Son forzadas a casarse, explotadas como esclavas sexuales y obligadas a transportar armas o cometer atentados suicidas.
La coordinadora de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas en Nigeria, Fatma Samoura, incluso estima que hasta 7,000 niñas y mujeres son prisioneras de los terroristas. El caso mundialmente más conocido es el secuestro de las 200 niñas del dormitorio de su escuela en la ciudad de Chibok.
Aisha puede considerarse una niña afortunada. Es una de las pocas mujeres que lograron escapar de las manos de los terroristas.
Después de varios meses de cautiverio, escapó del campamento y caminó durante diez días por la selva hasta que llegó a la frontera con Camerún.
En la ciudad fronteriza de Mora, Aisha fue rescatada por soldados y llevada a un campo de refugiados en Minawao.
Allí vive desde principios de año. Sin embargo, los otros refugiados siguen mirando a la niña con desconfianza. Sospechan que las "mujeres de Boko Haram" podrían ser espías o terroristas suicidas. "Me tratan como se tuviese una enfermedad contagiosa", relata Aisha. "Cuando me acerco, los otros me dan la espalda".
"No nos podemos fiar en absoluto de estas niñas", dice un funcionario de seguridad del campo de refugiados que pide el anonimato. La desconfianza es grande porque Boko Harama obliga a cada vez más niños a hacerse volar por los aires como atacantes. Según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), más de 40 menores de edad cometieron el año pasado atentado suicidas en Nigeria, Camerún y Chad. Las tres cuartas partes de ellos eran niñas. El grupo terrorista ha matado desde 2009 a al menos 14,000 personas en atentados y ataques.
El uso planificado de menores de edad para actos terroristas ha creado un ambiente de miedo y desconfianza, dice Unicef. Son sobre todo las niñas que lograron huir del cautiverio de Boko Haram las que son consideradas riesgos potenciales de seguridad, por lo que son marginadas y discriminadas. "Una cosa debe estar clara: estos niños son víctimas, no victimarios", subraya el director de Unicef para África Occidental y Central, Manuel Fontaine.
Pese al duro trato, Aisha está contenta de estar aquí. En el campo de refugiados se siente segura, por primera vez en varios años, porque también en Gulak, antes de ser secuestrada, vivía con su familia con miedo permanente por los atentados y ataques de los terroristas. Lo que a Aisha le quita el sueño es su preocupación por su familia en Nigeria. Teme que sus padres y hermanos pudieran haber sido asesinados por los islamistas la noche en la que la secuestraron. Esta preocupación es peor que todo lo que ella vivió los meses pasados, asegura. "Estos pensamientos me están matando por dentro".