Mi compañero saudí de caminata no se encuentra bien…
Cerca de Thuwal, Arabia Saudita
22°7?3?? N, 39°4?23?? E
?En cierto sentido, el auto se ha convertido en una prótesis, y si bien las prótesis suelen reemplazar extremidades lesionadas o faltantes, la auto-prótesis está ideada para un cuerpo deteriorado conceptualmente o para un cuerpo afectado por la creación de un mundo cuya escala ha dejado de ser humana?.
?Rebecca Solnit, Wanderlust: una historia del caminar
Mohamad Banounah sufre.
Yace doblado de dolor bajo su mosquitero, apretándose los flancos. Es más de la 1:00 a.m. El sol recarga de hidrógeno sus calderas al otro lado de la Tierra. En el cielo, las constelaciones relumbran fríamente como objetos submarinos azul verdosos.
?Duérmete?, resuella Banounah, moviendo débilmente una mano. ?Estoy bien?.
Pero mi compañero saudí de caminata no se encuentra bien. La luz de mi linterna revela sus ojos vidriosos. Siente como si lo hubieran acuchillado, dice. Apenas puede tenerse en pie. De modo que Farhan Shaybani, el encargado de logística, enciende el vehículo de apoyo. Vamos a despertar a nuestro camellero, Awad Omran (tiene que cuidar el campamento) y luego, Farhan y yo llevamos a Banounah al hospital, a toda prisa.
Miro de reojo a mi amigo desde el asiento delantero: un bulldog humano con el cráneo afeitado, tumbado sobre cientos de kilos de equipo de acampar sobrante. Han retacado el auto con una gran alfombra persa enrollada, sacos de dormir extra, cuatro o cinco sillas de safari plegables, un juego de té completo, dos tiendas de campaña innecesarias, cuatro estufas de campamento que no hacen juego, un abanico a baterías que no se puede fijar, y dos baúles grandes y misteriosos que tal vez contengan lingotes de plomo o Dios sabe qué. En resumen, una montaña de equipo que Banounah arrastra consigo a todas partes por el desierto. A pesar de su dolor, lo veo sonreír (su rostro aparece y desaparece bajo las lámparas anaranjadas de la autopista). Porque sabe cuánto me fastidia todo ese cargamento. Porque me he opuesto vehementemente al vehículo de apoyo (?Esto es una caminata?, le reproché en Riad, ?no el rally París-Dakar?).
Pero ahora, su maltratado GMC Yukon ?que considero un insulto a la habilidad de mis camellos y he ordenado que nos deje en paz durante días- lo conduce presuroso a la seguridad, al alivio, a la redención. Y hasta bien podría salvarle la vida. Así que Banounah se siente vindicado.
Entramos en un poblado donde reina la noche. Calles vacías, tiendas cerradas. Banounah vomita junto al camino. Abordo con él una ambulancia en la estación de la Creciente Roja. Mi amigo da tumbos en la camilla; los faros de Farhan nos siguen.
¿Por qué hago esto? ¿Por qué someto al pobre Banounah al tormento de caminar?
Por las razones de siempre. Para transportar mi mente al Pleistoceno (el esquema mental de los cazadores africanos primigenios cuyos pasos estoy siguiendo). Para narrar historias. Para ver, escuchar, pensar, etcétera. Pero también ?lo reconozco- por los pecadillos: esas peculiares ideas asimiladas del Trascendentalismo decimonono (Thoreau: ?Tal vez tuviéramos que prolongar el más breve de los paseos, con imperecedero espíritu de aventura, para no volver nunca, dispuestos a que solo regresasen a nuestros afligidos reinos, como reliquias, nuestros corazones embalsamados?). O por los poetas caminantes muertos (Bash?: Con una hoja tierna/enjugaría las lágrimas/de tus ojos?). O por los sueños casi olvidados de mis mañanas infantiles bajo los vítreos volcanes azules de la meseta central mexicana. Y es que abastecida por la casualidad, plagada de objetos hallados, popurrí de chucherías consoladoras, mi cabeza no es muy distinta del auto de Banounah.
El médico sudanés del hospital de urgencias inyecta solución salina en sus venas. ?Su amigo solo tiene deshidratación?, informa con tono tranquilizador, pero no estoy de acuerdo. El problema de Banounah es una marcha destemplada.
Soy un caminante discursivo. Voy en zigzag. Me detengo. Giro bruscamente. Garrapateo con los pies. En cambio, Banounah cree en misiones, en líneas rectas. Es un ex soldado y camina lenta, pero tenazmente hacia sus objetivos: una limonada en un autoservicio de la autopista, una coordenada GPS. Bajo ninguna circunstancia es fácil caminar con un compañero que no responde a tu ritmo esencial, a tu andar básico. Más lento o más rápido, es lo de menos: forzar la voluntad de un paso es lo que drena la energía de las dos partes. Y después de forzar 30 000 o 40 000 pasos (el promedio en un día de 40 kilómetros), la fricción entre los dos estilos de marcha puede volverse devastadora. Los tendones chirrían. Las articulaciones se dañan debido a las zancadas antinaturales. El cuerpo se rebela. La mejor descripción de este efecto viene de una historia que no habla de caminar, sino de los leñadores del siglo pasado en los bosques de Montana. Al empujar y tirar de los extremos opuestos de unas sierras de casi dos metros, aquellos obreros tenían que coordinar sus músculos con toda precisión o terminaban rápidamente exhaustos, molidos:
?En cuanto a la tarea importante, la de serruchar, es muy hermosa si trabajas rítmicamente. A veces olvidas lo que haces y te pierdes en abstracciones de movimiento y poder. Pero cuando el aserrado no es rítmico, aunque sea por corto tiempo, se convierte en una suerte de enfermedad mental; tal vez en algo aun más profundamente perturbador. Como si tu corazón no funcionara bien?.
En el hospital, las luces fluorescentes de la sala de espera son gélidas, pero escucho reír a las enfermeras filipinas. Es Banounah, con sus chistes verdes. Una auténtica fuerza vital.
Autor de la única guía en el mundo sobre supervivencia en el desierto, escrita en lengua árabe, Banounah es herpetólogo aficionado, coleccionista de leyendas folclóricas beduinas, arqueólogo informal y hábil fotógrafo de la vida silvestre. Mientras desarrollaba esas aficiones, fue mordido por una víbora gariba (la serpiente que más humanos mata en todo el mundo) y picado por escorpiones; se fracturó las dos muñecas al caer de una montaña; y perdió un gran pedazo de piel cuando ?al llevar puesto un viejo paracaídas- fue arrastrado por el desierto, a gran velocidad, por el auto que conducía el hijo adolescente de un amigo. De hecho, se integró a la Caminata Fuera del Edén tres meses después de una operación de vesícula.
?Paul, tienes un gran problema?, me dijo cuando lo llamé por primera vez desde África para hablar sobre la logística de cruzar Arabia Saudita.
Guardé silencio, preparándome para lo peor.
?Tu nombre?, agregó. ?Significa ?orina? en árabe?.
Y se echó a reír a carcajadas durante casi un minuto.
Caminar es una especie de lenguaje. Es como casi cualquier ideología, teología y cosmología: una idea concebida localmente. A lo largo del camino aparecerán y desaparecerán incontables entonaciones, dialectos y variaciones de caminar. ¿Cuántas de esas taxonomías habré de navegar a través del mundo? ¿Y cómo sobrevivirá mi propio andar?
Banounah, quien como 83 por ciento de los saudíes vive en una ciudad, no puede caminar sin un auto de apoyo. De modo que el Yukon grotescamente cargado que conduce su secuaz, Farhan, continuará con nosotros. Por mi parte, seguiré refunfuñando y enviándolo lejos durante días, y Banounah se rezagará para detener a los beduinos que pasen en polvorientas camionetas y hacerles algún encargo. Horas después, los recaderos regresarán a nuestros campamentos de mediodía con platos de pollo frito y arroz, y Banounah soltará su risotada de cabra al ver mi sorpresa. Sin embargo, mi amigo está buscando alimento; está cazando y recolectando. Está más cerca que yo de los nómadas de la Edad de Piedra que descubrieron el mundo.
Agosto 11, 2013
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