Conocer un río, es vivirlo, navegarlo, recorrerlo. El río puede cambiar la imagen de dolor de una nación.
En un país lleno de conflictos, el Irrawaddy ofrece esperanzas al pueblo brimano.
Siempre he creído que la mejor manera de conocer a profundidad un río es recorrerlo, sentir sus corrientes internas y su velocidad, adentrarse en la cambiante naturaleza de sus riberas. Quería explorar el encanto del río Irrawaddy en Myanmar, el cual ha estimulado la imaginación de algunos de los más grandes escritores, como Rudyard Kipling y George Orwell.
El nombre ‘Irrawaddy’ es una imprecisa transliteración al inglés, de Ayerawaddy Myit, que algunos expertos traducen como «el río que trae bendiciones al pueblo». Sin embargo, más que un río, el Irrawady es una prueba de fe, pues durante la temporada de sequía retrocede hasta dejar sus riberas expuestas y agrietadas bajo el sol, sólo para volver rejuvenecido cada primavera, con el monzón, inundando los campos y reabasteciendo al país de agua, peces y suelo fértil.
El Irrawaddy nunca ha desilusionado a los birmanos: es donde se bañan, de donde beben, por donde viajan. Inseparable de su vida espiritual, es su esperanza. Así, emprendo el viaje para vivir la experiencia del Irrawaddy, un caudal imprescindible para entender la historia de Myanmar, a remo durante mis primeros 550 kilómetros en un kayak inflable.
Cuando lo abordo, sus aguas se sienten heladas. Inicio el recorrido cerca de Myitkyina, por sus rápidas corrientes y sus tersas aguas azules que serpentean hacia las colinas distantes. Los patos tarros blancos, que parecían descansar en las partes menos profundas, emprenden el vuelo, y sus plumas rojizas brillan con el sol.
Al dejar Myitkyina la civilización desaparece rápidamente tras de mí. Salvo por el solitario buscador de oro que excava en un banco de arena, tengo la vastedad del cielo y del río para mí sola. La paz que se siente a mi alrededor contrasta con la historia reciente de Myanmar.
El país es célebre por ser el lugar en el que Aung San Suu Kyi, ganadora del premio Nóbel, ha estado bajo arresto domiciliario durante 10 de los últimos 17 años. Este es un Estado totalitario controlado por un grupo de generales en el poder que en 1989 cambiaron el nombre de la antigua colonia británica de Birmania a Myanmar, una versión del nombre precolonial de este territorio.
En 1990, la Liga Nacional para la Democracia, el partido político de Suu Kyi, ganó más de 80% de los escaños en las elecciones nacionales. La junta de gobierno, que se rehusaba a abandonar el poder, desconoció los resultados de las elecciones y reprimió a todos los grupos opositores; en 2003, docenas de simpatizantes de Suu Kyi fueron asesinados o heridos durante el «Viernes Negro», un ataque organizado por partidarios del gobierno.
Mientras tanto, los informes sobre derechos humanos han documentado asesinatos y casos de tortura que tuvieron lugar cuando cientos de miles de aldeanos de las minorías étnicas fueron obligados a abandonar sus hogares y reubicarse para impedir que los insurgentes contaran con el apoyo de una base civil.