Las instalaciones defensivas de los nazis en la costa normanda desaparecen entre la arena o el agua.
Hace tiempo que muchos de los búnkeres de la costa normanda ya no se sitúan entre las dunas, donde fueron construidos para controlar la playa. Debido a la erosión, estos monstruos de cemento se han hundido en la arena o incluso han quedado inundados por el agua.
Estos búnkeres pertenecían al Atlantikwall (conocida en español como el Muro o Muralla del Atlántico), una de las mayores instalaciones defensivas de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. «Monumentos del pasado que desaparecen lentamente, también de nuestra conciencia histórica», teme el filósofo francés Sylvain Lavelle, autor de «Blind Memory».
El título de este libro publicado a comienzos de mayo en Francia no deja lugar a dudas: memoria ciega. «Estos objetos forman parte de nuestro medio ambiente, ya no los tomamos en serio. Nos han contado muchas cosas, pero nos hemos vuelto ciegos», escribe Lavelle, que acompaña con sus textos las instantáneas del fotógrafo afincado en Normandía Bruno Mercier (http://www.brunomercier.fr/). La idea del libro fue suya.
«Durante mis paseos en la costa he observado que los búnkeres se han convertido en parte del paisaje tanto para quienes pasean por allí como para los turistas, y han perdido su significado». Sin embargo, estas construcciones son los principales testigos de la Segunda Guerra Mundial, que costó la vida a casi 60 millones de personas.
Con su libro, Mercier quiere contribuir a que formen parte del patrimonio cultural europeo. «Blind Memory» es la primera entrega de una trilogía sobre objetos de la memoria, a la que también pertenecen el campo de batalla de Verdún y los campos de internamiento en Francia.
Antes del fotógrafo, otros autores abordaron el tema de los búnkeres. «Bunker archéologie», de Paul Virilio (1975), se considera una referencia en la materia. Pero «Bind Memory» no es ni una descripción técnica de estos monstruos de hormigón ni un relato histórico, sino que las artísticas instantáneas en blanco y negro buscan despertar emociones. El texto ensayístico que las acompaña sirve para contextualizar, y el libro acaba planteando preguntas de nuestro tiempo.
Los búnkeres de Normandía forman parte del Atlantikwall, una cadena de puntos de refuerzo que se extiende a lo largo de 4,000 kilómetros desde el cabo Norte, en Noruega, hasta el sur de Francia pasando por la costa de Holanda y Bélgica. Pero al contrario que en otros países, en Francia aún pueden verse algunas de estas moles, sobre todo en la costa norte, donde el canal de La Mancha se estrecha.
En Normandía se encontraba la mayoría de las 58 divisiones nazis estacionadas en Occidente, atrincheradas en búnkeres y estructuras fortificadas. Hitler mandó construir el Muro Atlántico para protegerse de una invasión de los aliados que a final no se detuvo ante estas edificaciones de hormigón.
En total, 13 millones de metros cúbicos de hormigón, unos 300,000 soldados y más de 290,000 trabajadores forzosos, entre ellos presos de guerra y judíos, fueron necesarios para construir entre 1942 y 1944 una de las mayores líneas fortificadas nazis. En la obra también participaron empresas francesas, escribe Lavelle, entre ellas Lafarge, una de las mayores cementeras del mundo.