Miguel Ángel de la Cueva enfoca su trabajo en el patrimonio natural y cultural de los desiertos del continente americano; es miembro de la Liga Internacional de Fotógrafos para la Conservación (ILCP).
Los desiertos frecuentemente evocan imágenes de vasta extensión, un espacio atemporal de belleza, asombro y pertenencia. Muchas han sido las culturas que han ido a ellos en busca de comunión con las grandes fuerzas de la naturaleza. Tres de las religiones más arraigadas en el mundo nacieron de profundas experiencias en el desierto: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
Norteamérica alberga cuatro de los desiertos más fascinantes del mundo: el de Sonora, ubicado en el suroeste de Estados Unidos y el noroeste de México; el Desierto Chihuahuense, el mayor de todos, ubicado en el sureste de Estados Unidos y que se extiende hasta la parte central de México; el desierto de la Gran Cuenca, ubicado en el estado de Nevada, pero que continúa en partes de California, Oregon, Idaho y Utah, en Estados Unidos, y el de Mojave, el más cálido de estos, en el sureste de California.
Pese a que el parque nacional más visitado del mundo, el Gran Cañón de Colorado, está ubicado en un desierto, estos ecosistemas de gran belleza y biodiversidad son lugares a menudo incomprendidos, llamados zonas muertas, y en ocasiones terminan como vertederos de basura y desechos tóxicos.
En los últimos 10 años he dedicado gran parte de mi trabajo profesional, y tiempo personal, al desierto. Tanto en proyectos de divulgación para su conservación como en viajes familiares, para mí es una forma de ver la vida y un santuario donde recupero constantemente la capacidad de asombro recordando que, en esas formas rugosas, existe una historia mucho más antigua que la nuestra.
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