Un recorrido sui géneris que invita al viajero a gozar de la capital belga y el cómic
Por las calles del centro de Bruselas sucede algo extraño. Algunas personas van sonriendo sin motivo aparente. Esto debería ser algo normal, por supuesto, pero al parecer la moda actual consiste en andar por las ciudades de forma seria, con gesto plano y, si se puede, hasta preocupado.
Pero aquí han encontrado el antídoto para que lo habitual sea vivir a carcajada abierta.
La fórmula es sencilla. Hay que acercarse a la oficina de Turismo y hacerse del mapa que lleva por la Bruselas de los cómics.
Este proyecto se creó hace pocos años con el propósito de pasarla bien y, de paso, decorar la ciudad y brindar un fuerte aplauso ilustrado al enorme mundillo de artistas de origen franco-belga que han contribuido al noveno arte, quizá como ningún otro país lo haya hecho. Se invitó a grafiteros a pintar una serie de murales que ilustraran los cómics clásicos de Bélgica. La lista de artistas no es corta e incluye nombres de todos los tamaños: Morris, Jijé, Herge o Goscinny. Pero si por autores aún no saltan las alarmas, entonces hay que aclarar que son los responsables de famosos personajes como Tintín, Los Pitufos o Astérix, por sólo aportar una pequeña cuota de buenos cómics.
Una vez con el mapa en mano, hay dos opciones. La primera es cubrir la ruta tal como el plano lo indica, o bien agregarle una pequeña dosis de creatividad al viaje, innovando la ruta. Los propios belgas prefieren la segunda opción ya que da más libertad de inventar el camino sobre la marcha, y si cualquier navegación requiere instinto, es justamente este camino de la risa.
Una buena idea es comenzar donde la propia Bruselas nació, en la Grand Place, el corazón de la ciudad desde tiempos medievales y punto de reunión de la vida política, cultural y turística de la capital belga, donde se congrega una vasta colección de edificios con muchos siglos encima, como las casas gremiales de panaderos, carniceros y sastres hace ocho siglos, o una de las joyas góticas del mundo, el Hotel de Villey su alta torre de 96 metros de altura, a la que se puede llegar después de vencer 400 escalones.
A espaldas del edificio se encuentra la calle Kolenmarkt, la portezuela a una de las secciones de la ciudad donde más murales se pueden encontrar. En esa misma arteria se encuentra Le Passage del artista Schuiten, y siguiendo después el camino que lleva a otro de los clásicos atractivos de la ciudad, el diminuto niño que hace pipí: el Manneken Pis, con sus escasos 60 centímetros de altura pero con un concurrido público que no deja de visitarlo, se encuentra el consentido de la ruta, el Tintín de Hergé. Volviendo un poco los pasos y tomando la calle Lombard, sin mucha velocidad porque todo queda cerca aquí, se llega al barrio gay, un sitio propicio para comer bien, hacer excelentes compras y disfrutar de un par de murales, Victor Sackville de Carin y Broussaille, de Frank Pé.
Hergé tiene en Le Sablon otro mural-homenaje, representando a Quick et Flupke, y a un par de calles tiene como vecinos a los personajes de Blondin et Cirage de Jijé y a Boule et Bill, de Roba. Después sólo hay que caminar a lo largo de una calle con un nombre más extenso que ella misma, la Regentshapsstraat, hasta llegar a dos museos que fácilmente consumirán lo que queda de día: el Museo Magritte, con la mayor colección de obras de este artista, y el Museo de Arte Moderno, con obras que hacen desfilar pesos pesados como el propio René Magritte, Delvaux, James Ensor, Kokoshka o Francis Picabia y, para rematar, cuenta en su colección con pinturas de Picasso, De Chirico, Matisse y Dalí. Para descansar la mirada y el alma, justamente enfrente se encuentran los enormes Jardines de Van Brussel, acompañando al Palacio Real, pero si el cuerpo aún resiste tanto embate artístico, a pocos pasos se ubica el Museo de los Instrumentos de Música, que destaca por su colección de siete mil piezas en torno al arte del sonido, así como por su propia sede, el edificio Old England, obra art noveau del arquitecto Paul Saintenoy.
Si se optó por reposar en el parque, entonces ya está hecho medio camino para llegar a la antigua fábrica de tejidos que se abriera en 1906, diseñada por uno de los arquitectos consentidos de Bélgica, tal vez cabeza del movimiento art noveau en este país, Víctor Horta.
El edificio tenía cerca sus días finales en la década de los setenta, pero se salvó de ser demolido y en 1990 regresó a la vida con un nuevo proyecto: constituirse en la meca del noveno arte al quedar convertido en el Centro Belga de los Cómics. En él se encuentra toda la información que se pueda desear, lo mismo que talleres, biografías e, incluso, esbozos originales de los artistas así como centenares de ediciones dedicadas a este arte, incluida la mítica Spirou, primera publicación belga de su tipo, por la que han pasado todos los grandes.
Y con sólo cruzar la calle se puede uno zambullir en la vida y la imaginación de otro de los grandes artistas de este género, Marc Sleen, en la sede de la Fundación que lleva su nombre, la cual alberga hasta 15 mil dibujos originales de este autor, incluidos los de su gran Nero.
La ruta por el centro de la ciudad continúa, por supuesto. Son seis kilómetros en total de calles bien humoradas, pero mientras se gasta suela habrá que alternar con otros sitios medulares del tema, como La Maison de la Bandee Dessinée, donde también hay obra de los maestros Uderzo, Jijé, Peyo, Jacobs, etcétera.
Se puede optar asimismo por vivir los cómics en 3D en el Museo Moof, con la colección más importante a nivel mundial, que abarca alrededor de 3500 figuras, incluidos los famosos perros Milú e Ideafix. Si las ganas por seguir andando de buen humor son muchas, sólo hay que dirigirse al poblado de Louvain-la-Neuve ?a 25 km de distancia? e irse a fondo en el mundo del autor de Tintín, en el Museo Hergé. Después de deambular por este universo alterno, no habrá poder alguno que logre borrar la sonrisa, a plena calle, en propio siglo XXI.