Una caminata de días para ascender hasta la cumbre del Auyantepui, la Montaña del Diablo.
Puedo oir el barullo de las aguas que corren frenéticas al vacío, y es que después de una dura semana de trekking y escalada, por fin hemos llegado. Entonces sorteo el último charco, brinco la última piedra, doy un paso más y me poso sobre una roca saliente, como un trampolín hacia la nada. El sol aviva la inmensidad del Cañón del Diablo: un valle inverosímil definido por gigantescas paredes de roca que emergen de entre el verde tapiz de la sabana: un paisaje salvaje y jurásico. Y aquí, a escasos cuarenta metros a mi izquierda, un chorro potente se desgaja en caída libre hasta convertirse en rocío mil metros más abajo. Se me salen dos lágrimas: Hemos llegado al nacimiento del Churún Vena, que desde niño he conocido a través de los libros de geografía como una suerte de símbolo patrio, el Salto del Ángel: la catarata más alta del mundo.
Todo comenzó el Ciudad Bolivar, al sur de Venezuela. El avión en que volamos era una aeronave de cuatro puestos. Una hora después aterrizamos en Uruyén, modesta comunidad indígena que sirve como punto de partida para todas las excursiones al Auyantepui. Desde allí la montaña se observa imponente y recelosa, como una mujer hermosa, pero altanera. Esa noche, acostados en nuestras camas, cubiertos con mosquiteros, le dijimos adiós a las comodidades más básicas. A partir de la mañana siguiente, la casa entraría en un morral y una carpa sería nuestra habitación itinerante.
Al día siguiente se nos unieron siete porteadores indígenas que llevarían toda la carga, menos los bolsos personales. Y con todo listo, iniciamos la primera de nuestras 12 caminatas previstas.
Calor y maravillas. El primer tramo fue de marcha sostenida sobre la sabana. En la medida que remontábamos las cuestas que nos conducían hacia el ie de la montaña, los paisajes adquirían una belleza más abrumadora. El horizonte brillaba de un verde casi enceguecedor que se unía a los lejos con el azul uniforme del cielo desnudo; y bastaba alzar la vista para advertir un gavilán que nos merodeaba en busca de alimento, o un par de guacamayas que volaba con escándalo como dos puntos rojos en el firmamento. Durante la tarde el calor arreció y la hierba parecía evaporarse bajo el chorro de sol. Tras siete horas de andar, llegamos al campamento Guayaraca: una choza, un río y una provisión de leña seca para cocinar.
Hacedores de ruta
Normalmente los viajeros hacen el trekking hasta La Boca del Dragón, un recorrido que entre ida y vuelta toma siete días partiendo de la comunidad de Uruyen. El propósito es únicamente hacer cumbre en el tepui.
No se recomienda hacer el trekking de forma independiente. Conoce la crónica del recorrido, y las recomendaciones en la edición de octubre de National Geographic Traveler.