En el café Ziferblat de Londres puedes consumir todas las bebidas y alimentos que se ofrecen, la cuenta se cobra en horas.
En el café Ziferblat de Londres todo es gratis, excepto el tiempo que uno pasa allí. Su dueño, Ivan Meetin, no apuesta por el consumo rápido, sino todo lo contrario: ofrece un lugar neutro donde la gente pueda reunirse sin que les apremien a tomar un capuchino.
A cambio, Meetin pide 3 dólares. El café o el té, los dulces, la fruta y la verdura o las tostadas corren a cargo de la casa, aunque la oferta es sencilla. Además, también se puede consumir lo que uno traiga.
El Ziferblat se esconde en el primer piso de un edificio cualquiera de viviendas en Old Street, en el este de la capital británica. Para entrar hay que buscar, y llamar a la puerta. «Es una bonita forma de mostrar a la gente que no somos un café al uso, sino algo más bien como la casa de un amigo» dice este joven de 29 años nacido en Moscú.
En la entrada se apunta la hora a la que llegó el cliente, toma un viejo despertador en el que las agujas están paradas y se lo lleva a la mesa. Un símbolo de que en este café, el tiempo transcurre de manera diferente.
El Ziferblat, que abrió hace pocas semanas, no es el último local de moda, sino más bien una sala entre el salón de un piso compartido y el típico bar de abuelos. En el suelo, cubierto con alfombras un tanto deshilachadas, los tablones crujen al pisar y sillas y mesas combinan tan poco como los platos y tazas.
En un rincón hay un piano, y al lado un tocadiscos. También hay una estantería con libros, pero ni rastro de barra o camareros: para eso, el café cuenta con una cocina que parece la de un piso de estudiantes: los armarios no tienen puerta, el cuchillo para untar la mantequilla está apoyado sobre un paño de cocina y el tarro de mermelada abierto.
«Aquí todo el mundo está invitado a tomar lo que quiera de beber o comer», explica Meetin. Por supuesto, también se puede traer cualquier cosa, es más, se invita a los clientes a que cocinen y compartan la comida.
Meetin está feliz, pues los londinenses entendieron rápido su idea. «A veces se forman filas para fregar los platos. No hay obligación, pero lo agradecemos. Algunos incluso friegan los de otros», explica. Para el ruso, quienes acuden al café no son clientes, sino una especie de pequeños compañeros de piso. Hay desde estudiantes a artistas, empleados y empresarios.
En el Ziferblat la gente habla, ríe, lee o navega en Internet. La contraseña de acceso reza «TakeYourTime». «Todos pagan su ‘alquiler’, así que aquí pueden trabajar, conocer a gente o hacerse un café sin que cada diez minutos alguien les pregunte si desean tomar algo más», explica el dueño. Su filosofía: la gente está cansada del consumismo, pero sigue queriendo compartir su tiempo en algún lugar.
Meetin gestiona ya nueve cafés de este tipo en Rusia y acaba de abrir uno en Kiev. Antes de dedicarse a la hostelería, probó suerte como artista. «Pero esto se me da mejor que escribir o cantar», cuenta. Ahora quiere probar si el concepto funciona en otros lugares. Londres es la prueba de fuego. «Si lo logramos aquí, lo logramos en cualquier sitio». Su próximo objetivo: Berlín.