Científicos buscan aprender sobre una dieta y un estilo de vida antiguos antes de que desaparezcan.
Viajo con Asher Rosinger, un candidato a doctor, codirigido por el antropólogo-biólogo William Leonard, de la Universidad Northwestern, que estudia a los tsimanes para documentar una dieta de la selva tropical. Se interesan en particular en cómo cambia la salud de los indígenas cuando se alejan de su dieta tradicional y su estilo de vida activo, y empiezan a comerciar productos forestales por azúcar, sal, arroz, aceite, y , cada vez más, carne seca y sardinas enlatadas. Esta no es una investigación exclusivamente académica. Lo que los antropólogos están aprendiendo acerca de las dietas de pueblos indígenas podría indicar lo que debemos comer el resto de nosotros.
Rosinger me presentó a un aldeano llamado José Mayer cunay, de 78 años, quie, junto con su hijo ha cultivado un jardin frondoso junto al río durante los últimos 30 años. José nos conduce por un sendero de árboles cargados con papayas y mangos dorados, macizos de plátanos verdes y toronjas que cuelgan de las ramas como si fueran pendientes. Las flores rojo vibrante de heliconia, "pinzas de langosta", y el jengibre silvestre crecen como mala hierba entre los tallos de maíz y caña de azúcar. Sin embargo, en el refugio al aire libre de la familia, la esposa de Felipe, Catalina, prepara la misma papilla insípida que la de los demás hogares. Cuando pregunto si los alimentos del jardin pueden sacarlos de apuros cuando hay poca carne, Felipe mueve la cabeza. "No son suficientes para vivir -dice-, tengo que cazar y pescar. Mi cuerpo no quiere comer solo estas plantas".
Al mirar hacia el año 2050, cuando tendremos que alimentar a 2,000 millones de personas más, la pregunta acerca de qué dieta es la mejor adquiere nueva urgencia. Los alimentos que elijamos comer en las décadas venideras tendrán ramificaciones dramáticas para el planeta. En pocas palabras, una dieta en torno a la carne y los productos lácteos, una manera de comer que está en aumento en todo el mundo desarrollado, tendrá una repercusión mayor en los recursos del mundo que una dieta basada en granos enteros, nueces, frutas y vegetales.
No fue sino hasta que la agricultura se desarrolló- hace aproximadamente 10,000 años-, que todos los humanos obtenían sus alimentos de la caza, la recolección y la pesca. Cuando surgió la agricultura, los cazadores-recolectores nómadas fueron expulsados gradualmente de las tierras agrícolas de primera y, a la larga, se quedaron relegados a las selvas del Amazonas, las praderas áridas de África, las islas remotas del sureste asiático y la tundra del Ártico. Hoy día solo quedan en el planeta unas cuantas tribus dispersas de cazadores recolectores.
Esta es la razón por la que los científicos aumentaron sus esfuerzos para aprender lo que puedan acerca de una dieta y un estilo de vida antiguos antes de que desaparezcan. Hasta el momento, los estudios sobre recolectores como los tsimanes, los inuits del Ártico y los hadzas, han encontrado que estos pueblos tradicionalmente no desarrollan hipertensión, arterioesclerosis ni enfermedades cardiovasculares.
La noción de que estamos atrapados en cuerpos de la Edad de Piedra en un mundo de comida rápida está impulsando la moda actual de las dietas paleolíticas.
Una dieta de la Edad de Piedra "es una dieta que idealmente corresponde a nuestra estructura genética", escribe Loren Cordain, nutricionista evolutivo de la Universidad de Colorado, en su libro La dieta paleolítica: pierda peso y gane salud con la dieta ancestral que la naturaleza diseñó para usted.
Después de estudiar las dietas de los cazadores-recolectores vivientes y concluir que 73% de estas sociedades obtienen más de la mitad de sus calorías de la carne, Cordain llegó a su propia prescripción paleolítoca: come mucha carne y pescado magros, pero no consuma productos lácteos, frijoles o granos de cereal, alimentos introducidos en nuestra dieta después de la invención de la cocción y la agricultura. Los defensores de la dieta paleolítica como Cordain dicen que si nos apegamos a los alimentos que comían antiguamente nuestros antepasados cazadores-recolectores, podemos evitar las enfermedades de la civilización, como enfermedades cardiacas, hipertensión sanguínea, diabeter, cáncer e incluso acné.
En la imagen principal de este artículo Wande y su esposo Mokoa, hadzas de Tanzania, salen en busca de comida. Ella usa un palo con punta de pala para desenterrar tubérculos, un alimento de primera necesidad, sobre todo en la estación de lluvias. Él lleva un hacha para extraer panales de los troncos de los árboles, y un arco y flechas para cazar y defenderse. Los hadzas de Tanzania son los últimos cazadores de tiempo completo en el mundo.
Extracto de la edición de septiembre 2014 de la revista National Geographic en Español.