Ni siquiera las 180 toneladas de peso le impiden a la alberca olímpica, por ejemplo.
A pesar de sus dimensiones colosales, este gigante de los mares australes está en peligro crítico de extinción. Como consecuencia de la crisis climática global, su hábitat natural y fuentes de alimento se han visto gravemente amenazados. Ésta es la razón.
En promedio, el corazón de una ballena azul tiene el mismo tamaño que un coche pequeño. Con éste, bombea la suficiente sangre para mantenerse cálida y activa en los mares de la Antártida. Sus dimensiones le impiden ser una cazadora ágil, por lo que come alrededor de 3 mil 600 kilos de krill al día, según World Wild Life (WWF).
Además de ostentar el título del animal más grande del mundo, la ballena azul es también el más ruidoso. Para comunicarse con otros ejemplares, sus cantos alcanzan los 188 decibeles, documenta la institución. En contraste, «el ruido de un jet llega a los 140».
Es así como, de generación en generación, las ballenas azules generan un diálogo con sus familiares —incluso si se encuentran a kilómetros de distancia. Algunos estudio sugieren, incluso, que tienen un lenguaje sofisticado, que le enseñan a sus crías desde los primeros meses de vida.
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Generalmente, las ballenas azules se alimentan durante el verano en Georgia del Sur, en la región más austral de Chile. En esta isla, encuentran un espacio para descansar, comer y reproducirse. Especialmente, porque las aguas son más cálidas y pueden dar a luz ahí mismo.
A pesar de que la especie cuenta con este refugio natural, la ballena azul antártica está en peligro crítico de extinción, documenta WWF. En gran medida, a causa de la actividad humana. La caza recreativa de estos cetáceos estuvo permitida durante décadas, lo que redujo considerablemente las poblaciones en el sur del planeta. El problema no se detiene ahí.
El creciente tráfico de embarcaciones comerciales e industriales que los mares australes reciben año con año está impidiendo que las ballenas se comuniquen entre sí. Por ello, cada vez más ejemplares se encuentran varados en las costas. Los científicos aseguran que, sin poder escuchar a sus familiares, perdieron el rumbo y murieron de hambre después.
Aún así, un estudio dirigido por el British Antarctic Survey (BAS) asegura que las ballenas azules están regresando a Georgia del Sur para alimentarse después de décadas. En 2020, se registraron 55 ejemplares sanos en las cercanías de la isla. Este acontecimiento fue descrito por los científicos como «sin precedentes«. Los esfuerzos por regular estas actividades, de manera que el hábitat natural se preserve, continúan.
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