Debido al crecimiento de la caza de ballenas en los recientes años, en especial de las azules y jorobadas, diversos ecosistemas se ven afectados ante la ausencia de estos animales. Ejemplo de ello es el krill, un pequeño crustáceo que forma parte importante de la dieta de las ballenas barbadas.
Lejos de que el krill se reproduzca en mayor cantidad debido a la desaparición de su principal depredador, un grupo de científicos de la Universidad de Stanford se dio cuenta de que eso mismo es lo que está provocando la muerte de esta especie de crustáceo, casando con ello una serie de consecuencias para los ecosistemas marinos.
La causa de ello es que las ballenas se alimentan de grandes cantidades de krill. Al defecar los restos de este animal en las aguas, deja una gran cantidad de nutrientes como hierro, sustancia que es vital para la supervivencia del krill en su ecosistema.
El fitoplancton que sirve de alimento para el krill aprovecha los nutrientes que dejan las ballenas con su excremento, sin embargo, al disminuir la cantidad del mismo, el fitoplancton no puede crecer en las cantidades adecuadas para servir de alimento.
Conocer a ciencia cierta los hábitos alimenticios de las ballenas, la frecuencia con la que comen y la cantidad que ingieren era una tarea compleja para los científicos de la Universidad de Stanford, que requería de una tecnología especial para obtener resultados.
Un grupo de investigadores colocó unos sensores a 321 ballenas de distintas especies para monitorear el momento en que se lanzaban contra su presa. Esto ayudaría a determinar el momento exacto de su alimentación y la cantidad que engullían de krill u otro alimento. La investigación se llevó a cabo en los océanos Atlántico, Pacífico y Antártico.
El objetivo era determinar al final la cantidad de excremento que arrojaban los individuos y conocer el impacto que tiene sobre otros ecosistemas. Con ayuda de drones se daba seguimiento a los individuos para tener una aproximación más cercana de su actuar al comer.
De manera aproximada, las ballenas barbadas comen unas tres veces más de lo que los científicos estimaban. Esto se traduciría de la siguiente manera: una ballena azul puede consumir 16 toneladas métricas de krill en un día, lo cual equivale a entre 10 y 20 millones de calorías.
“El gran volumen de comida que consumen y excretan sugiere que las ballenas moldean los ecosistemas oceánicos en mayor medida de lo que se pensaba”, dice Matthew Savoca, biólogo marino de la Estación Marina Hopkins de la Universidad de Stanford en Pacific Grove, California, “lo que hace que su pérdida sea mucho más impactante”.
Sin las ballenas en los océanos, nutrientes como el hierro se hunden más fácilmente en el fondo de los mares, lo que reduce la productividad en ciertas partes del océano. Esto, a su vez, limita la capacidad de los ecosistemas para absorber el dióxido de carbono que causa el sobrecalentamiento en el planeta.
«Las ballenas no son la solución al cambio climático», afirma Savoca. «Pero reconstruir las poblaciones de ballenas ayudaría una parte, y necesitamos muchas partes juntas para resolver el problema».
“Nuestros resultados sugieren que [en el pasado] la contribución de las ballenas a la productividad global y a la eliminación de carbono estaba a la par con los ecosistemas forestales de continentes enteros, en términos de escala”, comenta Nicholas Pyenson, conservador de mamíferos marinos fósiles del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian, y coautor del estudio.
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