Cali, la tercera ciudad más poblada de Colombia, es también uno de los sitios con más diversidad de aves en el mundo. Así la puedes visitar.
Lo último que veo es un bosque denso invadido por la niebla. Segundos después, alguien me cubre los ojos por la espalda. En el desconcierto de la oscuridad, una mano se posa sobre mi hombro y me indica hacia dónde caminar en medio del frío de la montaña; tan solo escucho el viento entre los árboles y las hojas que se quiebran a cada paso que damos.
Una y otra vez, tropiezo con las raíces que se levantan del suelo hasta encontrar una línea metálica que uso como soporte y guía hasta el interior de un refugio de madera, donde me piden tomar asiento junto a otras personas que permanecen en silencio.
Al interior del Valle de Cauca
Quienes me rodean no son parte de un cártel de la droga o grupo criminal sino miembros de la Asociación Río Cali, una organización sin fines de lucro que promueve la conservación natural de las cuencas del Valle del Cauca, en el suroeste del país, y que hoy impulsa la Ruta de Aviturismo para Personas con Discapacidad Visual en el Área de Importancia para la Conservación de las Aves Bosque de Niebla de San Antonio, un remanso forestal a tan solo 20 minutos de la capital departamental: Cali, Colombia.
Como el segundo país más biodiverso del planeta, Colombia alberga la mayor cantidad de aves del mundo con mil 954 especies registradas. El 30 % se encuentra en la frescura de la cordillera Occidental, una de las tres vertientes en las que se dividen los Andes colombianos. Aquí, en el kilómetro 18 de la carretera que parte hacia el mar, está la meca de la ornitología.
Aún ovijendados, nos invitan a prestar atención a los sonidos de la naturaleza, cantos que revelan la vastísima pluralidad de la avifauna de la región. Un trinar por ahí, un piar por allá; luego un graznido, un chillido, un ulular a lo lejos. Pronto son incontables los sonidos que se descubren y es inevitable retirar el vendaje de nuestros ojos para intentar transformar esas melodías en plumajes y colores.
En cuestión de segundos, un ave tras otra se posa en los comederos instalados a manera de camuflaje por las 22 hectáreas de San Felipe Birding, donde Clara Cabarcas y Carlos Calle crearon su empresa de aviturismo inclusivo a partir de estrategias como reforestación, colocación de nidos artificiales y mantenimiento forestal. Tan solo aquí se han registrado entre 140 y 160 especies, que incluso se pueden identificar con el oído gracias a la guía sonora elaborada por la ONG y disponible mediante códigos QR en los puntos de avistamiento.
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Un arcoíris plumífero
Lo primero que se reveló fue un arcoíris plumífero compuesto por tángaras, pequeñas aves neotropicales de colores tan diversos como sus especies. Entre ellas, la coronada y sus amarillos testeros, los matices turquesa de la nuquirrufa, el escarlata encendido de la flamígera, la capirotada con sus verdes eléctricos, el azafrán de la dorada. A ello le siguieron emplumados de mayor envergadura como el azulejo común, con su elegante y pálido añil; un mielero verde y su reluciente esmeralda tornasol, y el veloz blanquiazul de un colibrí collarejo.
Sin embargo, fue un irisado tucancito rabirrojo quien se encargó de cerrar el espectáculo alado antes de regresar al hogar de Clara y Carlos en la hacienda, un espacio ecléctico diseñado por el premio nacional de arquitectura colombiano Jaime Vélez entre el bosque y sus sinfonías. No podía faltar un tradicional y excelso tinto (café negro) en el pórtico, mientras el matrimonio nos comparte su pasión por el coleccionismo y la fotografía.
Pero este no es el único emprendimiento aviturístico de la región. Los miembros de Río Cali nos invitan a la cercana finca La Florida, mejor conocida como el Bosque de las Aves, donde también trabajan para mantener los puestos de observación camuflados que sirven de vitrina para otros especímenes polícromos como el torito cabecirrojo.
Con cámara en mano y otro tintico a la orden (ahora con un refrescante toque de cáscara de limón), descubrimos que la vida no solo se desarrolla entre las ramas cuando una sencilla pero enorme paloma perdiz gorgiblanca pasa caminando a ras de suelo, a pocos metros de nuestra guarida; minutos después, un guatín se asoma sigiloso para roer algunas raíces y recolectar semillas.
La función continúa al otear de manera incansable y, de vez en cuando, disfrutar la paz de la serranía hasta que es momento de partir. Pero justo antes de subir al auto, como si no hubiese sido suficiente avistamiento, un gavilán pollero se delata vigilándonos sobre una bromelia que brota a lo alto de un poste de luz. Sin duda, este es el paraíso de las aves.
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