Por medio del canto, la organización Innoceana busca realizar el monitoreo de ballenas jorobadas al sur de Costa Rica. Así lo están logrando.
El monitoreo de ballenas jorobadas comienza con un viaje a través de los manglares en Sierpe, al sur de Costa Rica. El trayecto alcanza el mar abierto, donde es posible encontrarse con todo tipo de vida silvestre marina: tortugas verdes y de carey, grupos de delfines y ballenas jorobadas con sus crías.
De acuerdo con Yulian Cordero, especialista en eco-turismo y biología marina Instituto nacional de aprendizaje (INA), hay dos poblaciones de ballenas jorobadas que visitan el área. Especialmente, para dar a luz en las temporadas de julio a octubre y de enero a marzo. Junto con su equipo de trabajo, Cordero orquesta estas expediciones con el propósito de utilizar tecnología innovadora que tenga una metodología no tan intrusiva. Ésta es su historia.
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En busca de la sinfonía
Yulian Cordero y los investigadores que trabajan con él quieren seguir siendo capaces de recolectar información para futuras investigaciones. Sólo de esta manera, explica el especialista de Innoceana, se podrá enseñar a las personas el poder de la protección de la vida silvestre y su hábitat:
“Vivir la experiencia de escuchar las ballenas. Para eso, utilizamos un hidrófono y la conectamos a una grabadora de audio y a un parlantico. Les damos esa experiencia envolvente de lo que ocurre bajo el agua”, explica en una entrevista exclusiva para National Geographic en Español.
Sin estas tecnologías, sería muy difícil realizar el monitoreo de ballenas jorobadas. Escucharlas es difícil, ya que nuestro cerebro no registra las frecuencias con las cuales estos animales marinos se comunican. Principalmente, porque pueden variar entre 100 a 800 kilo Hertz. Además, los investigadores utilizan fotometría, en donde hacen fotografía de identificación y se suben a plataformas internacionales para identificar individuos y revisar los patrones migratorios.
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Una biblioteca de cantos marinos
De la misma manera, la fotografía aérea es una nueva herramienta eficiente para observar desde otra perspectiva el comportamiento y poblaciones de las ballenas jorobadas. Posteriormente, sirve como material audiovisual para la educación, se realizan trabajos científicos y así se ayuda a la conservación.
“Es importante buscar la colaboración cuando se trata de animales migratorios,” dice Yulian, al explicarnos que también trabajan con otra organización para crear una librería de sonidos con la bioacústica recolectada de las ballenas.
En este archivo, se segmentan los sonidos, se purifican de ruido y se guardan en el programa, en donde se pueden recaudar más de 2 mil frecuencias que se hayan repetido en distintas grabaciones. Un patrón es reconocido y se puede relacionar al comportamiento, por ejemplo, se ha establecido que las crías hacen un sonido especial al alimentarse, que se puede sumar a las pruebas visuales.
Además de monitorear a las poblaciones de ballenas, se aprovecha la expedición para hacer pruebas de salinidad para la recolección de datos sobre la salud del ecosistema. Se ha notado un incremento en lo que se conoce como la “marea roja”, un término popular que se le da al afloramiento y presencia de la abundancia de algas microscópicas.
Cuando esto sucede, las temperaturas más cálidas generan un desequilibrio en las aguas. Los por los químicos vertidos y disueltos en el mar tampoco ayudan. Producen efectos negativos en los hábitats de la vida silvestre, afectan a los corales y arrecifes, aparte de poderle causar infecciones en la piel a las ballenas.
Sin embargo, explica Cordero, “Las acciones pequeñas entre nosotros importan, es buscar esos proyectos y misiones de conservación tanto locales como internacionales. Apoyar estos proyectos hasta tomar acciones como consumidores porque el problema viene desde las actividades humanas como la alimentación.”
Este artículo se escribió a dos plumas entre la fotógrafa mexicana Alessandra de Zaldo y Andrea Fischer, editora web de National Geographic en Español. De Zaldo ilustra el texto con fotografías desde el Alturas Wildlife Sanctuary, en Costa Rica.
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