Con más de 1.80 metros de altura y hasta una tonelada y media de peso, se trata de la especie de amonite más grande jamás descubierta.
Los amonites son una clase de cefalópodos extintos que habitaron la Tierra desde hace 400 millones de años. Conocidos popularmente por sus conchas en forma de espiral plano, se trata de uno de los fósiles más populares y estudiados de animales prehistóricos, que permiten conocer más sobre la vida en nuestro planeta hace decenas de millones de años.
A pesar de los amplios registros fósiles, aún quedan algunas incógnitas sobre la evolución y ecología de estos animales marinos: además del misterio sobre sus partes blandas y el resto de su organismo al margen de la concha, un ejemplar gigante descubierto en 1895 al noroeste de Alemania ha despertado la curiosidad de generaciones de paleontólogos debido a su tamaño.
Se trata de un fósil de Parapuzosia seppenradensis, la especie más grande de amonite jamás hallada. Con 1.8 metros de diámetro en su concha, sus dimensiones triplican los 50 centímetros promedio del amonite promedio.
Como el resto de especies de su clase, el P. seppenradensis se alimentaba de zooplancton, crustáceos y otros amonites más pequeños. Esta especie sobrevivió más allá del Triásico (de 251 a 201 millones de años) y se cree que finalmente se extinguió al final del Cretácico, hace unos 66 millones de años.
A 126 años de su hallazgo, un equipo de científicos de México, Inglaterra y Estados Unidos reunió las primeras pistas sobre su inusual evolución:
A través del análisis de 154 fósiles de amonite encontrados en Inglaterra y México, el equipo concluyó que el amonite gigante evolucionó de una especie más pequeña (Parapuzosia leptophylla), después de que ésta comenzó a migrar al otro lado del Atlántico, desde lo que hoy es el este de Europa hacia América.
Aunque el equipo no logró encontrar evidencia concluyente para explicar los factores específicos que propiciaron el crecimiento de los moluscos gigantes, sugieren que además del cambio climático, los amonites experimentaron una presión evolutiva provocada por su depredador principal, los mosasaurios:
En un entorno hostil rodeado de reptiles marinos que alcanzaban decenas de metros de largo, los amonite más pequeños eran presa fácil para mosasaurios que podían engullirlos con facilidad. De ahí que, al cabo de decenas de generaciones y miles de años, los ejemplares de amonite más pequeños comenzaron a escasear y morir devorados, mientras que los de mayor tamaño resultaban más difíciles de tragar y por lo tanto, sobrevivían más a menudo a los encuentros con sus depredadores.
Esta presión evolutiva provocó un cambio radical en algunas poblaciones de Parapuzosia leptophylla, dando paso a ejemplares cada vez más grandes, que se reproducían heredando sus características (entre ellas, su tamaño) a su descendencia.
“Se cree que los grandes reptiles marinos fueron los principales depredadores de amonites. Los investigadores sugieren que la razón por la que P. seppenradensis comenzó a crecer fue porque cuanto más grandes eran, más difícil era para los reptiles meterlos en la boca; los que eran más grandes sobrevivían para reproducirse”, concluye el equipo en un comunicado.
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