Los peces de hace 350 millones de años ya llevaban las ‘instrucciones genéticas’ que hoy forman a los dedos humanos.
Un nuevo estudio revive uno de los temas más álgidos en la biología evolutiva: la explicación de cómo los peces lograron adaptarse al medio terrestre hace unos 350 millones de años y a partir de ellos, la diversificación de organismos tetrápodos (vertebrados con cuatro pies) de los que somos parte.
La investigación aporta evidencia definitiva de que el mecanismo de formación de los dedos en humanos y de las aletas en los peces parte de procesos genéticos similares pero estructuras distintas, una clave que reafirma que nuestra historia evolutiva (y la de todas las criaturas terrestres) se remonta a las especies de peces primitivos.
A partir de técnicas CRISPR, el equipo desactivó el gen Gli3 en un grupo de peces medaka, un gen cuya actividad define el número de dedos que se forman a partir de las células.
En el caso de los humanos, el Gli3 limita la formación de cinco dedos en el desarrollo embrionario; sin embargo, cuando presenta mutaciones y una actividad anormal, polidactilia, es decir, manos o pies con seis o nueve dedos.
El resultado fue que los peces sin actividad del gen desarrollaron aletas más grandes y con más huesos que el resto, una condición que recuerda a la polidactilia humana.
“Mediante métodos moleculares y genéticos, concluimos que las aletas de los peces y los dedos humanos se forman mediante mecanismos parecidos, pero no idénticos, y que nuevos genes se fueron incorporando a estas redes de regulación que controlan el desarrollo de la extremidad para dar lugar al esqueleto de los brazos y piernas como se conocen en la actualidad”, explicó Javier López-Ríos, biólogo del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD) y autor del estudio.
De ahí que sea posible concluir que hace más de 350 millones de años, antes de que un linaje específico de peces evolucionara hacia el medio terrestre, la vía Shh-Gli3 se encargaba de controlar el tamaño de las aletas y por lo tanto, tanto dedos humanos como aletas guardan una «relación ancestral muy profunda entre ellas».
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