Después de una jornada larga de caza, una familia prehistórica se sienta en torno a la fogata. Comparten la carne de un animal grande, que ya fue despellejado para aprovechar la piel como un escudo para las noches frías. La carne que no sirve, se deja de lado: todos han comido suficiente, al parecer, y se van a dormir. Entonces, una manada de perros se acerca.
Pasan los días, las semanas, y este mismo grupo de perros siguen a los seres humanos primitivos. Los conocen: saben a qué huelen, a qué hora se van a recolectar comida o a cazar, e incluso en qué momento se retiran para descansar. Después de un par de meses, incluso se acomodan cerca del fuego controlado que prendían para pasar la noche.
Una teoría reciente sugiere que, hace unos 40 mil años, un proceso similar al descrito aquí pudo haber resultado en la domesticación de los perros. Cuando los seres humanos todavía eran nómadas y recolectores, los lobos se les acercaron por primera vez para robar los restos de comida que dejaban a su paso.
Aunque la temporalidad es incierta, existe evidencia genética que sugiere que los perros se separaron de sus antepasados lobos hace 30 mil años, aproximadamente. Esto pudo ser resultado de la cercanía paulatina y accidental con los seres humanos prehistóricos, que los alimentaron con aquello que no usaron para su consumo personal.
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Se tiene registro de que el primer entierro de perros data de hace 14 mil 200 años. Para entonces, estos animales ya eran compañía cercana de los pobladores primigenios. Sin embargo, todavía no se tienen pruebas fehacientes de dónde se dio el proceso de domesticación. Se estima que sucedió en algún lugar de Eurasia, durante la última era de hielo, pero no es seguro.
Una de las teorías más ampliamente aceptadas surge de la idea de que los seres humanos emplearon a los lobos para ayudarles a conseguir alimento. Con el tiempo, se acostumbraron mutuamente a sus compañías, y se buscaban para fines distintos: fuente de alimento, mancuerna de caza, e incluso compañía.
Maria Lahtinen, de la Autoridad Alimentaria de Finlandia en Helsinki, plantea la posibilidad de que la clave haya estado en un excedente de carne, que los seres humanos ya no consumieron. Según sus más recientes hallazgos, los cazadores-recolectores acogieron a los lobeznos huérfanos, viéndolos ya como sus mascotas:
“Deben haber sido muy atractivos para los cazadores-recolectores”, señala la experta con respecto a su más reciente estudio.
Es muy seguro que estos pobladores primigenios no tuvieran en mente una meta a largo plazo con estas adopciones. Sin embargo, según Lahtinen, esto devino en la cercanía que tienen estos animales al día de hoy con los seres humanos. En últimas, fue la pieza clave que reforzó el proceso de domesticación.
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