En los bosques del Chocó ecuatoriano, no muy lejos de Quito, la temporada de aguacatillo anuncia la presencia del más austral de los úrsidos. La posibilidad de ver de cerca al oso andino, u oso de anteojos, en especial en un paisaje donde suele pasar desapercibido, es también el pretexto para hablar de conservación, turismo responsable y política pública.
En los Andes no solo el cóndor pasa. Desde el occidente de Venezuela hasta el norte de Argentina, la gran cordillera sudamericana cobija una especie de la que sabemos relativamente poco. Conocido con diferentes nombres, entre ellos oso andino y oso de anteojos, el único miembro viviente del género Tremarctos se abre paso entre páramos, desiertos y bosques.
Generalista quisquilloso, el oso andino se alimenta sobre todo de plantas. Si bien uno que otro video con tinte amarillista prueba que de tener a la mano carne la consume, el oso andino sigue una dieta prácticamente vegetariana. Incluso cerca de entornos con presencia humana, fenómeno en aumento como resultado de la pérdida de hábitat, el oso sudamericano opta por evitar a las personas antes que por visitar sus botes de basura.
En Pichincha, la provincia ecuatoriana que alberga el Distrito Metropolitano de Quito, el oso está asociado con parajes que rebasan los 3,000 metros de altitud. Son los páramos y las carreteras de alta montaña los que atestiguan más a menudo el paso de la especie. Por eso, y contra todo pronóstico, llama la atención que el lugar con mejor fama para ver de cerca un oso andino sea un bosque húmedo en el que proliferan los árboles.
Reconocida por su extensa lista de especies de aves y orquídeas, la Reserva Ecológica Maquipucuna se ha convertido en el sitio ideal para ver de cerca osos andinos en Quito. Biólogos investigadores, fotógrafos profesionales y animalistas curiosos se sorprenden por igual con encuentros protagonizados por osos que trepan árboles, devoran frutos y se dejan ver, más veces de lo esperado, quitados de la pena.
Si bien los osos alrededor de Quito se suelen alimentar de achupallas (bromelias del páramo), las impredecibles temporadas de aguacatillo bastan para convencer a más de un individuo de recorrer decenas de kilómetros para cambiar su dieta habitual. Junto con la promesa de festines arbóreos, llega también la posibilidad de ver de cerca al más austral de los osos. Por supuesto, en su hábitat natural y en estado silvestre.
La imagen de la Reserva Ecológica Maquipucuna es un oso de anteojos. En su lodge, un hotel rústico rodeado por más de 40 kilómetros de senderos, las toallas están dobladas en forma de oso. Al preguntarle a Google por sitios para observar osos en Quito, los primeros resultados llevan a Maquipucuna. Aunque parece que la especie siempre tuvo un papel protagónico en la reserva, la historia es otra.
Cuando Rodrigo Ontaneda y Rebeca Justiciase fundaron la reserva, en la década de 1980, poco se sabía sobre los osos. La palabra ecoturismo no era del dominio popular, no se contaba con registros de osos comiendo aguacatillos en la región y solo los fotógrafos profesionales cargaban telefotos que costaban una fortuna. La reserva había nacido con la intención de reforestar, conservar y hacer investigación en los bosques del Chocó andino, uno de los rincones más biodiversos del planeta.
La idea de montar un hotel para recaudar fondos vino mucho después. Antes estuvo más vinculada con la observación de aves y cascadas que con osos. Hasta hace relativamente poco, para ver osos andinos en Quito hacía falta ir al páramo y cargar con un señor telescopio. O, en su defecto, conducir por las carreteras de alta montaña con una suerte digna de premio gordo de lotería. Es más, la mayor parte del año, ver osos andinos en Quito es más o menos así.
Solamente durante la temporada de aguacatillo, árboles nativos de la familia de las lauráceas, los osos de anteojos se congregan cerca de los senderos de Maquipucuna para darse una comilona. ¿Cuándo es la temporada? Esa es la pregunta del millón. A la altura del Ecuador, hablar de temporadas es como lanzar un volado. A veces agosto, a veces noviembre. A veces una vez al año, a veces dos. Quizá por un par de semanas, quizá por un par de meses.
La estadística ayuda. Y sí, septiembre parece un mejor mes para ver osos en Quito que marzo, pero sin garantía alguna. Para correr con la suerte de encontrar un oso andino cerca, trepando árboles con la facilidad con que uno sube unas escaleras eléctricas, hace falta planear el viaje con poco tiempo de anticipación. De otro modo es un juego de ruleta. Eso sí, uno acompañado de orquídeas, cascadas y despliegues de fauna que incluyen momotos, ranas y churos, como se conoce en el Ecuador a los caracoles.
Maquipucuna, cerca de 90 kilómetros al noroeste de Quito, ha convertido la provincia de Pichincha en uno de los lugares más codiciados donde ver osos andinos. Lamentablemente, no es la fama ni la visibilidad las que resuelven las problemáticas que ponen en riesgo a la especie, catalogada en peligro de extinción en Ecuador y vulnerable a escala global de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
La relación entre las comunidades y los osos que conviven con ellas es compleja. La desinformación, el crecimiento de la mancha urbana y la falta de programas gubernamentales para proteger la especie amenazan a los osos andinos. Históricamente, el oso ha sido cazado lo mismo por temor a que mate ganado que por creencias vinculadas con propiedades medicinales. En la actualidad, tanto el desplazamiento por la destrucción de hábitat como la cacería furtiva por diversos motivos encabezan la lista de amenazas.
En Maquipucuna, muchos de los guías son oriundos de la comunidad vecina de Marianitas. Es más, algunos eran cazadores y por eso leen el bosque con una destreza casi infalible. Si bien no es suficiente por sí sola, la industria del turismo puede presentarse como una opción económica afín con la conservación. Eso sí, hacen falta regulaciones y modelos de distribución de riqueza que consideren a las especies observadas como receptoras de un porcentaje de las utilidades.
Santiago Molina, maestro en ecología tropical y experto en el oso andino, ha trabajado como guía y como investigador. Miembro del Grupo Nacional de Trabajo del Oso Andino Ecuador, del Grupo de Especialistas del Oso Andino y del Grupo de Especialistas sobre Conflicto Oso-Humano, considera que se puede realizar turismo especializado en osos y otros mamíferos, siempre y cuando la actividad sea desarrollada con ética y traiga beneficios para la especie.
Los sitios para observar vida silvestre en Ecuador han proliferado, pero la actividad carece de regulación. Solamente la observación de ballenas tiene una normativa. Hacen falta estudios para medir los efectos de la alimentación artificial en la fauna silvestre, sobre todo en las aves, pero también en los mamíferos. Los individuos expuestos pierden el miedo a las personas. Al migrar de sitios turísticos a zonas agrícolas o ganaderas, la probabilidad de conflicto aumenta. En voz de Santiago, la mayoría de estos casos termina con la caza del animal involucrado.
La Universidad San Francisco de Quito está trabajando en un proyecto de conservación que contempla la elaboración de un manual de buenas prácticas turísticas para la observación de osos en los páramos orientales de Quito. Santiago, investigador asociado de la universidad, forma parte del proyecto. Si bien Quito está considerado como uno de los mejores lugares del mundo para observar al oso andino, tanto en Maquipucuna como en los páramos de los parques nacionales Antisana y Cayambe-Coca la actividad no conlleva recursos destinados a la conservación de la especie.
Cómo viajero, ¿qué puede hacer uno para participar de manera responsable en actividades de observación y conservación del oso andino? Primero, descartar rotundamente los sitios donde se alimenta a los animales. Y segundo, preguntar si un porcentaje del costo de la actividad se destina a la conservación de la especie y cómo. De acuerdo con las sugerencias de Santiago, la implementación de medidas de mitigación y la impartición de talleres educativos con comunidades locales son puntos de partida considerables.
Marck Guttman es fotógrafo, escritor y partidario devoto del turismo sostenible. Dirige el blog Don Viajes y ha publicado más 800 historias en medios como Esquire y National Geographic Traveler. Las montañas son su lugar feliz y el pan dulce su primer amor.
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