En Argentina, las gaviotas tienen una dieta particular: cetáceos. Aquí te contamos la historia detrás de ello.
Crustáceos, peces y ahora cetáceos. No es nuevo que las aves se acerquen a la superficie marina para alimentarse. Pero hay una diferencia ahora. Al sur de América, se vuelan cerca de la superficie marina para comer cetáceos vivos. Las gaviotas que comen ballenas podrían significar una amenaza para la especie y su conservación.
Un atentado a la vida de los cetáceos
Lo que comenzó en los 70 como un fenómeno excepcional se ha vuelto más común año tras año. Las gaviotas se posan sobre la espalda de las ballenas y les arrancan pedazos de piel y grasa. Ante el problema, la preocupación de los biólogos crece pues los ataques están generando violentas consecuencias en los organismos de los gigantes marinos.
“Las gaviotas literalmente consumen la piel de las ballenas vivas y la piel es uno de los órganos más importantes de un animal”, asegura el biólogo Alejandro Fernández Ajó, investigador del Instituto de Conservación de Ballenas de Argentina.
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Para algunas ballenas adultas, las lesiones son dolorosas e incómodas. Les provocan altos niveles de estrés y les impiden conservar la temperatura corporal, conservar el agua y alimentar a los individuos más jóvenes. Sin embargo, para los los ballenatos, las heridas ocasionadas por las aves pueden llevarlos a la muerte.
“Los ataques son muy dolorosos y provocan lesiones largas y profundas en las espaldas de los ballenatos,” explica Mariano Sironi, Director Científico del Instituto de Conservación de Ballenas de Argentina. “En los casos más extremos, las heridas de mayor tamaño pueden cubrir una gran parte de la espalda de los ballenatos y pueden llegar a medir un metro, incluso más.”
En un estudio realizado en Península Valdés, los investigadores encontraron que el número de ballenas laceradas por los picos de las gaviotas estaba directamente relacionado con el descenso poblacional de la especie.
“El hecho de que las agresiones de las gaviotas estén causando impacto a nivel poblacional es muy sorprendente,” comentó para el New York Times Matthew Leslie, biólogo conservacionista.
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