Cada vez hay más vacas abandonadas en las calles y caminos de la India, una encrucijada entre las creencias religiosas y el aprovechamiento de estos animales.
En la India, no hay animal más respetado que las vacas. Esta tradición milenaria proviene del relato de Krishna, una de las deidades principales del hinduismo que practica el 80 % de la población del subcontinente.
La figura de Krishna como pastor de vacas que creció alrededor de un rebaño ha llevado históricamente a estos rumiantes a una posición privilegiada: concebidas como proveedoras de vida y símbolo de maternidad, las vacas deambulan libremente por Delhi, Mumbai y la mayoría de centros urbanos repartidos a lo largo y ancho del segundo país más poblado del mundo.
A diferencia de las culturas occidentales, que encontraron en este mamífero un animal idóneo para sustentar la vida material a través de su leche, piel, carne y cuernos, en la India el libre tránsito de las vacas es señal de respeto. Hacerle daño a un ejemplar o consumir su carne no sólo es una afrenta a la sociedad, también es un delito perseguido en la mayoría de provincias hindúes.
No obstante, a pesar del halo que envuelve a estos animales, la situación de las millones de vacas en India está fuera de control, con rumiantes abandonados a su suerte, que pastan famélicas entre basura hasta perder la vida.
Desde la independencia de la India en 1947, algunas leyes estatales regulaban el aprovechamiento de vacas y únicamente permitían comerciar la carne del ganado más viejo, que encontraba en la minoría musulmana (un 14 % de la población de India) y en el país vecino Bangladesh una industria que creció a pasos agigantados en la primera década del siglo XXI.
Esta actividad no sólo impulsó el crecimiento económico, también era útil para regular a la población bovina y mantener únicamente al ganado más joven; sin embargo, en 2014, el gobierno hindú aprobó una reforma para estrechar aún más la vigilancia sobre las vacas.
A través de una campaña que hizo eco en los sectores más conservadores del país, el gobierno en turno prometió aferrarse a las tradiciones y endurecer las penas para quienes se atrevieran a maltratar o matar a una vaca.
La nueva legislación dio paso a una paradoja respecto a las millones de vacas del país: debido a los altos costos de manutención que implica tener un rebaño de estos animales, una vez que alcanzan una edad adulta y dejan de producir leche o fungir como animal de carga, los propietarios se deshacen de ellas a escondidas, dejándolas libres en medio de la carretera.
Como está prohibido aprovechar su carne, las vacas no tienen más remedio que vagar alimentándose de restos de comida, provocando un problema económico y de salud pública.
Los llamados no sólo hicieron eco en la legislación, también fueron respondidos por grupos extremistas religiosos, quienes en los últimos años han formado ‘patrullas de vacas’, que se encargan de cuidar de estos animales y no dudan en herir letalmente a quienes descubren maltratándolas o comerciando con ellas.
Las estampas de vacas abandonadas en la recta final de su vida caminando libremente en mercados, paradas en medio de una avenida o tomando el sol en cualquier banqueta son cada vez más comunes. En los últimos años, el gobierno ha invertido en la creación de refugios para vacas que resultan insostenibles y han provocado molestia en los grupos que consideran que no se trata de un sector prioritario para atender.
Además, las vacas abandonadas también favorecen un clima de tensión religiosa, que alcanza su punto más alto en la incipiente industria de carne de res, operada por una minoría musulmana, que se sirve de estos animales tanto para el sustento diario.
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