Este pez robusto y ágil solía ser el rey de estos ecosistemas, y no por su fiereza al cazar, sino por su volumen pues, según la organización DataMares, representó un asombroso 45% de las capturas de peces en la región entre los años 1959 y 1960.
Esos días de abundancia quedaron atrás hace mucho; hoy esta misma especie constituye apenas el 1% de las capturas totales, y la mayoría son ejemplares juveniles. ¿Qué pasó? Un análisis del mismo equipo científico asegura que la sobrepesca, especialmente durante sus agregaciones reproductivas, ha aniquilado casi por completo la población adulta, reduciéndola al día de hoy en un 99% desde los años 40.
Con esos datos, no es difícil deducir que la baya está en peligro de extinción, según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, UICN. Es verdad que hasta hace una década, a pesar del saber de su importancia y de algunos grandes esfuerzos de distintos equipos de investigadores, aún se desconocía mucho sobre esta especie. Sin embargo, en noviembre de 2014 un grupo de investigadores interesados en el ecosistema del Parque Nacional de Cabo Pulmo comenzó a monitorear los movimientos de cinco individuos utilizando etiquetas acústicas y 14 receptores distribuidos en todo el parque. Así se registró la presencia de los peces y el rastreo de sus patrones de movimiento y residencia.
Con esta información, se determinó si las bayas son residentes permanentes o visitantes estacionales, lo cual fue crucial para evaluar, de alguna manera, la efectividad de la protección de Cabo Pulmo que en 1995 vio la luz de manera oficial con un área marina protegida que abarca 7 mil 111 hectáreas del arrecife.
Los datos recogidos de 2014 a 2015 mostraron que las bayas permanecieron en el sistema arrecifal Los Morros entre uno y cuatro meses. Durante estos períodos de tiempo, no se quedaron en un solo lugar, se movieron frecuentemente a lo largo de los arrecifes. Sin embargo, en diciembre, la mayoría de los peces se alejaron de los arrecifes, y para enero, cuatro de los cinco habían abandonado la zona monitoreada. Su destino terminó por ser desconocido y se desarrollaron varias hipótesis, como que podrían haber migrado fuera del parque o a áreas más profundas dentro del mismo, pero nada fue concluyente.
La desaparición de las bayas no es un tema menor; no se trata de dejar de ver “ejemplares bonitos” en el mar. Los datos afirman que esta disminución ha desbalanceado dramáticamente los ecosistemas arrecifales y ha afectado las economías locales. Incluso ya en 2014, Amanda Bushell escribió la historia de algunas familias en Cabo Pulmo, que 10 años atrás, luego de notar el desastre, abandonaron la pesca para dedicarse a salvar el arrecife que por generaciones dio de comer a sus familias y lograron, entre muchos otros esfuerzos garantizar la calificación de su arrecife como área protegida, y que hoy se recuerda como un hecho histórico.
Así pues el Parque Nacional Cabo Pulmo es uno de los pocos lugares donde la baya aún encuentra refugio y desde hace casi tres décadas ha sido crucial para la recuperación de esta especie, logrando incrementar 11 veces la cantidad total de depredadores principales y facilitando el retorno de la baya. Y hoy por hoy los visitantes del parque pueden observar frecuentemente a este carismático pez que aún guarda muchos secretos sobre sí, pero cuyos datos conocidos sabemos es esencial no solo para preservar la biodiversidad del Golfo de California, sino también para mantener el equilibrio de los ecosistemas y apoyar las economías locales.
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