A causa de la contaminación acústica en los mares, los delfines tienen que alzar la voz para comunicarse con sus familias y seres cercanos.
El sentimiento es parecido a cuando se intenta hablar con una persona en el metro. O un antro. O una avenida altamente transitada en las ciudades más congestionadas: es prácticamente imposible comunicarse. Algo similar le está pasando a los delfines con la contaminación acústica en los mares, según revela un reporte de Universidad de Bristol (Reino Unido).
Para realizar actividades cooperativas, cazar o reproducirse, los delfines tienen que gritarse entre sí para darse a entender. Esto no había sucedido jamás en su historia evolutiva, porque nunca se habían enfrentado a la cacofonía estruendosa de las embarcaciones industriales. Éstas son las consecuencias.
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Una cuestión de interferencia
Además de generarles angustia y estrés, la contaminación acústica está afectando las relaciones de los delfines. Así como nos sucede a los seres humanos, estos cetáceos no pueden escuchar su nombre cuando sus pares les llaman. Los investigadores han rastreado este comportamiento a partir de los chirridos que la especie emite.
Especialmente en la relación madre-cría, los delfines se diferencian entre sí con chirridos únicos, que funcionan como sus nombres. Cuando hay demasiada interferencia sonora, a causa del tráfico industrial en los mares, estos sonidos se pierden. Por lo cual, los delfines se confunden y no entienden lo que sus familiares les están diciendo.
Para compensar, desde hace más de dos décadas, los delfines están gritándose para identificar las necesidades de sus seres queridos. Así lo explica Pernille Sørensen, de la Universidad de Bristol, quien lideró la investigación:
«Esas mismas razones que hacen que el uso del sonido sea tan ventajoso para los animales también los hacen susceptibles a la perturbación del ruido en el medio ambiente», explica el especialista.
De hecho, los investigadores de Bristol describen al aumento en el tono de voz de los delfines como ‘espectacular’. Y atribuyen este cambio en su comportamiento exclusivamente a la actividad humana, que interfiere con cómo se desempeñan en la naturaleza.
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Los delfines no son las únicas víctimas de la contaminación acústica
Para medir cuánto tenían que gritar los delfines para compensar la contaminación acústica en los mares, los investigadores realizaron un piloto en una laguna controlada. En el experimento participaron Delta y Reese, dos ejemplares adultos que participan cotidianamente en actividades juntos.
A ambos se les equipó con grabadoras, para registrar qué tanto elevaban la voz mientras los científicos imponían interferencia. Incluso así, en un entorno experimental, la pareja encontró muchas dificultades para comunicarse entre sí. A estas alternativas recurrieron, ante la emergencia:
- Alargar sus llamados
- Gritarse entre sí
- Cambiar su lenguaje corporal para darse a entender
Este comportamiento implica que, en su entorno natural, les resultaría todavía más complicado. Más aún porque el ruido de las embarcaciones es mucho más fuerte, molesto y estresante para la vida silvestre.
Lo mismo está sucediendo con las tortugas, orcas, ballenas y otras especies marinas que se comunican a través del agua. Todos ellos son víctimas del antropoceno, y nuestra intervención en el territorio que han habitado por miles de años.
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