Nací en el centro de México y crecí con la idea de que la frontera de México con los Estados Unidos es un sitio vacío, de paso, en el que todos buscan cruzar pero nada ocurre. Con los años entendí que cruzar al país vecino es todo un asunto de geopolítica en el que los humanos estamos al centro de la historia, pero que afecta a todas las especies a su alrededor.
Desde el 2008, es decir, durante las pasadas tres administraciones, sobre la línea imaginaria delimitada entre los dos países se construyó en una hilera kilométrica de barrotes de acero en diferentes configuraciones. La más impenetrable consiste en un muro de más de tres metros de alto que busca frenar el paso de humanos, pero que la única certeza con la que cuenta es que bloquea el paso de cualquier animal silvestre más grande que un conejo.
Panel 1. Las barreras que señalan la frontera entre México y Estados Unidos son contrastantes. Ambas fotos muestran la frontera, a la derecha el muro fronterizo divide ambos países. A la izquierda, no es visible la división y a lo lejos un cerco marca el límite fronterizo. Créditos: Ganesh Marín.
Soy migrante. Vivo en Arizona, donde hago un proyecto doctoral que busca entender cómo las barreras humanas y las carreteras afectan a la fauna silvestre en la frontera. El proyecto se sitúa en la frontera de Sonora y Chihuahua con los Estados Unidos, en un enorme laboratorio natural que está dividido. Una parte en México y otra en Estados Unidos. Desde la mitad de mi sitio de estudio, en el cañón de Guadalupe en Sonora y mirando hacia las montañas de San Luis en el oriente, no hay muro fronterizo. En cambio, hacia el poniente el muro se alza y llega hasta Agua Prieta.
El paisaje es dramático, las cactáceas dan paso a arroyos que dibujan líneas verdes entre los valles, y en la cima de las montañas los bosques de coníferas arañan la humedad al cielo. Con mucha atención, paciencia y algo de suerte, es posible tener encuentros con la fauna. Ver un monstruo de gila es cosa de algunas horas de búsqueda en la temporada correcta.
Otros animales, como el jaguar, adaptados para no ser vistos, se evaden la mayor parte del tiempo. Conspicuas u ocultas, todas las especies tejen las interacciones que dan vida y dinamismo a cada rincón del arrugado paisaje fronterizo.
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De mi completa ignorancia de pensar el desierto vacío, pasé al asombro al ver la riqueza de especies y los contrastes que solo pueden coexistir en esta parte del continente. Fue aquí en donde vi por primera vez un oso negro y un castor. Y recientemente hemos documentado que también hay jaguares y ocelotes.
Decididos a estudiar cómo cada especie se ve afectada, colocamos 100 cámaras trampa desde hace dos años; hasta el momento, hemos registrado más de 30 especies de mamíferos y otras 40 especies diferentes de aves.
Las tendencias de cómo se distribuyen las diferentes especies en todo el paisaje apuntan a que hay menos animales grandes y medianos cerca de la frontera, donde cruza el muro y la Carretera Federal número 2. Más allá de las cifras, en videos de cinco segundos capturados con las cámaras trampa, podemos atisbar lo que ocurre en el día a día de los animales. Una osa que juega con su osezno; gatos monteses llevando su más reciente presa en la boca; pumas relajándose en tardes calurosas y un jaguar dejando su marca en los árboles. A la sombra del muro la evidencia es abrumadora: todas las familias de animales dependen del movimiento para encontrar comida, agua, refugio y pareja.
Los humanos hemos acelerado de forma dramática la extinción de las especies, y algo tan crucial como el movimiento a través del paisaje se ha interrumpido en todas las escalas: desde las migraciones transcontinentales hasta el más insulso alambre de púas que cierra el paso a ciertas especies de animales. Hace aproximadamente 2.5 millones de años Norteamérica y Sudamérica entraron en contacto, y con ello faunas y ecosistemas empezaron nuevas interacciones.
El intercambio aún ocurre: especies del sur como los coaties y los tlacuaches cada año se encuentran más al norte en Estados Unidos. En sentido contrario, el coyote, una especie originaria de las planicies de Norteamérica, hace apenas unos años logró cruzar el Darién y hoy se encuentra en Colombia. El muro fronterizo atenta contra el movimiento de especies que inició hace millones de años y hoy sigue ocurriendo.
Al norte y al sur de la frontera hace falta volver a imaginar el espacio que fue limitado; llenar de fauna y paisajes diversos el concepto que tenemos de la frontera hasta volverlo valioso. Como científicos y ecólogos nuestra tarea es descifrar las historias que ocurren en cada ecosistema.
Pero como ciudadanos, apelamos al lado más humano para proteger a las otras especies que coexisten con nosotros. Desafortunadamente, no hay soluciones fáciles ni rápidas a las catástrofes ambientales y sociales que se desarrollan en la frontera.
Desde lo ambiental, la evidencia científica habló de lo que se perdería y los impactos negativos que causaría una barrera física, y hoy acumulamos evidencia y analizamos los efectos de las poblaciones de vida silvestre divididas.
El futuro de los osos en las montañas, las familias de gatos monteses y coaties que se mueven sin cesar, así como el de los jaguares en Sonora y en Estados Unidos, depende de paisajes conectados. En este punto de la historia de la frontera, decir conectar implica no ceder ni un solo metro más al muro que se alza en el desierto como un símbolo de todo lo que divide. Tenemos que encontrar la forma de recuperar los corredores de fauna bloqueados y dejar volver a todos los mamíferos de la región, no solo a los más resilientes a nosotros o a los que por su tamaño pasan desapercibidos.
Entendemos la frontera como el límite, la separación. Pero una frontera es también es el punto de toque, la unión y la región que permite el intercambio.
Miles de seres vivos van y vienen a diario entre México y Estados Unidos. Que podamos pensar en todas las otras familias de animales definirá si en la frontera se ahondan las divisiones y se achican los espacios para la vida silvestre o los horizontes se amplían libres de barreras y la vida sigue en movimiento.
Este artículo sobre la fauna en la frontera (y las fotografías que lo ilustran) son de la de Ganesh Marín, explorador de National Geographic en Español.
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