Ni siquiera la fuerza de todo un arsenal de artillería logró detener al emú, la segunda ave más grande del mundo.
El Mayor G.P.W. Meredith tenía una carrera militar próspera. Después de varios años de servicio, consiguió estar al mando de la Séptima Batería Pesada de la Real Artillería Australiana. En 1932, mientras los veteranos de la Primera Guerra Mundial esperaban una compensación por su esfuerzo bélico, el Estado le encargó una misión muy distinta a todas las demás que había liderado: tendría que librar una batalla contra un ejército emú.
Lugareños indispuestos a abandonar su hogar
El 2 de noviembre de 1932, Meredith se enfrentaría a 50 pájaros. Para cualquier cazador experimentado, la encomienda hubiera sido sencilla. En un principio, para el ejército australiano tampoco representaba un obstáculo mayor. Sólo eran pájaros. Con un par de balas se acabaría el problema y podrían regresar a casa victoriosos, pensó el Mayor. Nunca se imaginó las dimensiones de sus adversarios.
Un emú promedio puede medir casi dos metros de alto. Con una capacidad agresiva poco frecuente entre las especies de aves salvajes, estos pájaros no se resignaron a perder las hectáreas de terreno que el gobierno australiano había dedicado para los veteranos de la Primera Guerra Mundial.
En un afán de premiar a sus héroes de guerra, el Estado consideró 90 mil hectáreas vírgenes para regalárselas a los soldados que habían regresado a casa. De acuerdo con Scientific American, la idea era convertirlas en granjas de trabajo para que pudieran mantenerse por el resto de sus vidas y retirarse de una manera digna, al tiempo que se utilizaba el campo de forma productiva.
El problema —que originalmente no tomaron en cuenta— fue que el territorio ya estaba habitado, y los lugareños no estaban dispuestos a abandonar su hogar. Con este pretexto, estalló la Guerra del Emú: un operativo para liberar las tierras que según el ejército, le pertenecían a los veteranos australianos.
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Un sometimiento vergonzoso
Conforme Meredith entró al campo de batalla, se dio cuenta de que el ejército emú era bastante más poderoso que su arsenal completo de ametralladoras. Si acaso, sus soldados más experimentados alcanzaron a matar sólo a algunos pájaros de los miles que había. Los demás, lucharon por ahuyentar a la armada australiana, correteándolos fuera de su territorio.
La supuesta campaña de «control de vida silvestre» en el oeste de Australia fue un fracaso rotundo. En total, se tiene registro de que el ejército de Meredith se enfrentó a 20 mil emúes, que el Estado había catalogado como «alimañas». A pesar de los esfuerzos tácticos que se realizó en torno a la misión, todo fue en vano: los pájaros sometieron al ejército a una derrota vergonzosa.
Aunque las tropas de Meredith los intentaron derribar a balazos desde camiones en movimiento, las capacidades de desplazamiento y la rapidez de los emúes sobrepasó la fuerza militar de Australia. Después de usar 2 mil 500 rondas de munición, sólo lograron terminar con 200 pájaros. Fue entonces que el Mayor asumió su derrota, y se retiró del campo de batalla el 8 de noviembre de 1932 —sólo seis días después de haber empezado el combate.
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