Había pasado semanas acostado en su jaula. Demacrado, cansado y con pocos ánimos para comer, un lémur en una reserva natural al suroeste de Madacasgar dio positivo a tuberculosis. Los resultados llegaron en abril de 2019, y para entonces, tenía una protuberancia maligna adherida al lado izquierdo del cuello.
No duró muchos días más. Los veterinarios encargados del caso aseguran que vivió como mascota en una casa particular. Además de no contar con las condiciones apropiadas para vivir, es probable que haya contraído la infección al comer del mismo plato de la familia que lo hospedó.
El aire, los platos o cubiertos pudieron haber estado infectados, según el reporte de Marni LaFleur, antropóloga de la Universidad de San Diego, en California. Después de observar el caso de cerca, publicó un artículo para revista Emerging Infectious Diseases en el que detalla sus hallazgos al respecto, así como las amenazas que podría traer a todo el mundo.
Por vivir fuera de su hábitat, el animal contrajo una enfermedad letal que le costó la vida. La muerte se ha hecho mediática por un fenómeno conocido como «zoonosis inversa«, en la que animales salvajes se contagian de enfermedades graves por estar en contacto con seres humanos enfermos, fuera de su ecosistema natural.
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El gobierno de Madagascar ha realizado esfuerzos considerables por enfatizar que la vida silvestre en la isla no puede ser tomada como animales domésticos. Un tercio de las más de 100 especies de lémures endémicas del país están en peligro crítico. En contraste, se estima que los malgaches (habitantes de la isla) tienen más de 30 mil animales como mascotas.
Las consecuencias pueden ser letales para los animales, acostumbrados a otras condiciones de vida en la selva. Más aún, el problema se extiende hacia la industria del turismo: en un afán de visitar el país, varios turistas han sido sorprendidos dándole de comer plátanos a los animales de boca a boca, sin pensar en que pueden contagiarlos de infecciones de las que difícilmente podrán recuperarse.
Otro de los problemas a los que se enfrentan las poblaciones de lémures en el país es el comercio ilegal de su especie. Además del contacto humano, al ser vendidos como artículos exóticos pueden transmitir enfermedades a sus pares, así como a los seres humanos con los que interactúan.
El problema, naturalmente, no termina ahí. Los pocos ejemplares que pueden ser rehabilitados en centros de conservación se enfrentan a condiciones de vida a las que no están acostumbrados, habiendo vivido por años cerca de los seres humanos.
Más aún, el riesgo de transmisión de enfermedades se potencia si se trasladan de un hogar a un cautiverio, en el que pueden contagiar a otros. Por esta razón, el contacto con este tipo de especies ha generado problemas que no terminan de ramificarse. El gobierno de Madagascar sigue buscando soluciones para garantizar la seguridad de los 5 mil lémures que viven en libertad.
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