Hace 3 décadas el demonio de Tasmania desapareció casi por completo de Australia. Con esfuerzos de conservación, la especie apenas ha podido ver un repunte desde los 90, cuando fueron orillados a la extinción en el país. Para asegurar la persistencia de la especie, un grupo de biólogos decidió que sería conveniente introducirlos en una reserva de la biosfera al sur, donde podrían hacer un hogar sanos y salvos. Nunca se imaginaron que, de esta forma, estarían promoviendo un exterminio de pingüinos de Australia.
A 30 años de la situación tan delicada que padecieron los demonios de Tasmania en Australia, los científicos querían asegurarse de que nunca más se propagara la enfermedad que casi los extingue. Una afección viral en el cerebro cobró la vida de casi la totalidad de ellos en ese entonces. Por esta razón, se tomaron decisiones precipitadas con respecto a cómo localizarlos de ahora en adelante.
La reinserción de la especie en la isla María —un área natural protegida australiana—, al parecer, fue poco meditada. O tomada con premura, por decir lo menos. Si bien es cierto que estos marsupiales necesitan un lugar para establecerse, los biólogos encargados de su subsistencia no pensaron en la naturaleza cazadora de estos animales. Los pingüinos más pequeños de Australia, por tanto, fueron presa fácil para los demonios de Tasmania.
Esta isla es un refugio de la vida para los pingüinos azules (Eudyptula minor) y otras aves australes, así como demás especies amenazadas. La integración de los demonios de Tasmania al lugar cobró facturas altas: se estima que alrededor de 6 mil pingüinos pequeños perdieron la vida en consecuencia. Hoy, según las cifras de BirdLife Tasmania, han desaparecido por completo.
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El exterminio de los pingüinos de Australia no fue culpa de los demonios de Tasmania. Ellos obedecieron a un instinto de supervivencia, que resultó en la exterminación total de los pingüinos de la isla. Por el contrario, los biólogos y funcionarios que tomaron la decisión de introducirlos ahí cargan con toda la responsabilidad.
El Dr. Eric Woehler, coordinador de BirdLife Tasmania, señaló para The Guardian que este tipo de decisiones irresponsables tienen impactos catastróficos en la conservación de especies:
«Cada vez que los seres humanos han introducido deliberada o accidentalmente mamíferos en islas oceánicas, siempre ha habido el mismo resultado […] un impacto catastrófico en una o más especies de aves», explicó el experto.
No es la primera vez que, tanto en este país como en Nueva Zelanda, los esfuerzos serios de conservación se ven frustrados por este tipo de acciones. Los efectos de la introducción precoz de otros animales, como señala Woehler, han sido devastadores. El caso de los pingüinos de Australia es icónico, ya que obedece al mismo fenómeno.
Como estos pingüinos minúsculos anidan en el suelo —ya que no pueden volar—, se convierten en una presa fácil para animales más grandes. Más aún si estos no son sus depredadores naturales. En lugar de que la isla María fuera un refugio para ellos, se convirtió en una jaula sin escapatoria.
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