Tanto en entornos rurales como urbanos, las abejas traen a cuestas diversos tipos de microplásticos derivados de poliéster, poliestireno y cloruro de polivinilo.
Como parte del proceso de polinización natural que las abejas llevan a cabo, diversos elementos minúsculos en el entorno se adhieren a sus cuerpos. Sin embargo, la actividad humana en términos de la generación de desechos plásticos ha incidido en los trozos que los insectos llevan consigo. Con cada vez mayor celeridad, la especie carga con microplásticos.
Una reacción electrostática
Las abejas no buscan que los elementos en el entorno se les peguen al cuerpo. Por el contrario, como parte de su naturaleza, recolectan partículas pequeñas con los pelos que les recubren el abdomen y la espalda. Este fenómeno se decanta de la carga electrostática que adquieren al volar, que les ayuda a atraer polen de las flores que buscan como fuente de alimento. De esta forma, la polinización es posible.
Los microplásticos no figuraban entre las partículas minúsculas que estos insectos llevaban de un lugar a otro hasta recientemente. De acuerdo con Matt Kelly de National Geographic, 13 polímeros sintéticos distintos se les adhieren actualmente al cuerpo. La cifra se obtuvo a partir de un estudio en torno a la relación de las abejas con los desechos plásticos antropogénicos, publicado recientemente en Science of the Total Environment.
A pesar de que se sabe que estas partículas incluso se han encontrado en la placenta humana, nunca antes se había analizado cómo se mueven a través de la atmósfera. La toma de muestras directamente el aire es complicada, por lo que la mayor parte de los estudios se habían llevado a cabo a nivel de suelo.
Sin embargo, las abejas son un buen indicador de la cantidad de partículas plásticas que existen en el ambiente. No sólo eso: también del nivel de contaminación, porque sus patas y cuerpos muestran con claridad los fragmentos que transportan.
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Traer microplásticos a cuestas
La idea de utilizar a las abejas como medidores de contaminación no es nueva. Por el contrario, se ha utilizado en el pasado para rastrear metales pesados, pesticidas y otras sustancias tóxicas. Incluso para detectar qué tan ácida es la lluvia en las grandes ciudades. Sin embargo, a partir de la década de los 70, se empezaron a emplear como indicadoras de microplásticos en el ambiente.
El método se ha aplicado recientemente en Chile, Argentina, Canadá y Estados Unidos. Los resultados de los estudios han mostrado que pedazos de bolsas, envases y otros plásticos de un solo uso les recubren el cuerpo, como debería de hacerlo el polen de las flores en su lugar. El problema empieza cuando los llevan a sus panales en áreas urbanas y rurales.
Con tecnología infrarroja, un equipo de investigadores daneses observó a una muestra de abejas con estas características. Fue entonces que detectaron que tenían poliéster adherido al cuerpo y las patas, así como poliestireno y cloruro de polivinilo. En los conteos de microplásticos, fueron las abejas de ciudad que se vieron más afectadas.
A pesar de que los investigadores esperaban que las abejas de campo estuvieran más limpias, no fue el caso. Al respecto, Roberto Rosal, profesor de ingeniería química en la Universidad de Alcalá en Madrid y coautor del estudio, concluyó que «la alta movilidad de los pequeños microplásticos ofrece una explicación».
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