Una historia hostil de matanzas masivas persigue a las ballenas polares. Después de largos años de ausencia, se avistó su regreso a los polos por primera vez en cuatro décadas. Sólo en la Antártida, durante 70 años se terminó con la vida de 1 millón 300 mil ballenas. Aunado a la cosecha industrial, la población de esta especie se mermó hasta llevarlas cerca de la extinción.
Hoy, tras terminada la caza comercial de estos gigantes marinos, por primera vez regresan a su hábitat en el Océano Austral. Este retorno pareciera indicar que, tras años de explotación y maltrato humano, las ballenas azules finalmente se están recuperando.
Un estudio reciente reveló que, en las inmediaciones de la isla subantártica de Georgia del Sur, hay 41 nuevos ejemplares de ballenas azules. En los últimos nueve años, es el mayor número de individuos que se ha catalogado. Siendo que la isla vio morir a cerca de 3 mil individuos, víctimas de la caza, esto representa una muy buena noticia para la población de la zona.
El krill con el que se alimentan estas ballenas abunda en las aguas que rodean a Georgia del Sur. Los científicos que condujeron el estudio piensan que la recuperación de este plancton podría ser una de las causas que llevaron al retorno de los gigantes azules. Con los suministros de alimentos funcionando normalmente, la posibilidad de que puedan reproducirse y volver a la normalidad en los próximos años es mayor.
El mismo fenómeno se ha apreciado en el caso de las ballenas jorobadas, al oeste de la Península Antártica: la densidad de población se asemeja mucho a los números que existían antes de que la caza fuese una práctica industrial. Con este mercado desaparecido, los mares del norte son el escenario ideal para que las ballenas se restablezcan.
Aunque las comunidades indígenas de la zona siguen practicando la caza para su propio consumo, esto no representa un riesgo real para la población total de ballenas. El problema se decantaba de la matanza comercial que, en 1984, finalmente se prohibió.
El calentamiento global sigue siendo la amenaza más importante a la que se enfrentan las poblaciones de ballenas polares. El aumento en las temperaturas de las aguas les trae cantidades importantes de estrés, ya que sus fuentes de alimento se ven severamente mermadas.
De la misma manera, la contaminación auditiva que sufren estos animales impacta gravemente su bienestar. Las embarcaciones grandes producen ruidos fuertes que pueden recorrer largas distancias bajo el agua, que interfieren con el sonido que necesitan las ballenas para desplazarse en la oscuridad de sus hábitats submarinos.
Esto es así porque las ballenas necesitan comunicarse entre sí para obtener alimento. Es un caso similar a cuando intentamos hablar con alguien al lado de una construcción muy ruidosa: el sonido no pasa, o es muy difícil entender lo que el otro está tratando de decir.
Además de que les resulta muy molesto, puede ser mortal. Resulta ser que este tipo de contaminación ha propiciado que las madres se separen de sus crías, porque no se pueden comunicar con ellas. Una solución posible es que se replanteen las rutas de navegación, para no interferir con la vida marina local.
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