Hace apenas 10 años, el número de drones utilizados con fines recreativos y comerciales se contaba por cientos. Hoy hablamos ya de millones. De acuerdo con información de Statista, tan solo en 2020 se distribuyeron cerca de cinco millones de drones de consumo. La misma fuente estima que, para 2030, cerca de 9.6 millones de unidades serán distribuidas anualmente.
Los drones nos han permitido ver el mundo desde otra perspectiva. Paisajes, vistas y lugares que apenas imaginábamos se develan como posibles y se antojan cercanos. En términos ambientales, el uso de drones supone además posibilidades de investigación y monitoreo soñadas. Eso sí, también advierte riesgos serios.
Con un mercado que crece exponencialmente, los drones se afianzan como actores habituales de la realidad. Para el ser humano, la mayor preocupación en torno a los drones de consumo gira en torno a la privacidad. Para grupos conservacionistas, baterías de litio aparte, los riesgos tienen que ver con interacciones con la vida silvestre y alteraciones en su comportamiento.
El movimiento y el ruido que produce un dron pueden alterar el comportamiento y producir estrés en algunas especies animales. Por eso, su uso suele estar restringido en áreas naturales protegidas, como parques nacionales y santuarios de vida silvestre. A diferencia de espacios como aeropuertos y zonas militares, sin embargo, la prohibición no conlleva geocercas. En otras palabras, los sistemas operativos permiten que el dron despegue apelando al criterio del piloto.
La innovación, cuando menos en el mundo de los vehículos aéreos no tripulados, avanza más de prisa que los marcos regulatorios que establecen cómo nos relacionamos con la tecnología. Mientras que la política pública hace su parte, la voz de los expertos es esencial para que los drones de consumo jueguen a favor y no en contra de la conservación.
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Si bien no existe un lineamiento consensuado sobre el uso de drones de consumo, hay una serie de mejores prácticas pensadas a partir de la conservación. Dos investigadores del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell comparten consejos y experiencias.
Especialista en aves marinas, Gemma Clucas es investigadora asociada del Laboratorio de Ornitología de Cornell. Al hablar sobre la incorporación de drones en su campo de estudio, la respuesta es positiva: esta tecnología posibilita labores de monitoreo que de otro modo serían inviables. Como ejemplo, Gemma habla sobre un proyecto reciente de investigación en la isla Zavodovski.
Ubicada en el archipiélago Sándwich del Sur, esta isla volcánica es hogar de la colonia de pingüinos más grande del mundo. Inhabitada y remota, Zavodovski ha sido siempre una suerte de enigma. Sin drones, la tarea de monitoreo de pingüinos tiene que conformarse con estimaciones burdas. Incluso las imágenes satelitales, a menudo protagonizadas por nubes, resultan insuficientes. Ahora, gracias al dron, se puede hacer un conteo más fiable.
Si bien el dron facilita las tareas de monitoreo, también supone riesgos para diferentes especies. No solo de aves, sino de fauna en general. Con base en protocolos que se siguen en investigación, Gemma sugiere no confiar exclusivamente en la pantalla. Es importante mantener contacto visual con el dron. Tan pronto como se detecta una alteración en el comportamiento de un animal, es fundamental alejar el dron. De hecho, ya es tarde. Idealmente, el dron no debe volar cuando y donde causa estrés a especies animales.
Ecologista especializado en migración de aves, Andrew Farnsworth colabora con el Laboratorio de Ornitología de Cornell como científico invitado. Al hablar sobre el efecto que producen los drones en la vida silvestre, especialmente en las aves, Andrew aclara que depende en concreto del modelo del dron, de las condiciones específicas y de cada especie. Dicho lo anterior, y aun cuando las respuestas son variables, se puede hablar en términos generales de perturbación de vida silvestre en contacto próximo con drones.
Un estudio reciente realizado en la ciudad de Nueva York en el que participó Andrew, liderado por el doctor Shannon Curley, arrojó datos claros sobre perturbación de ciertas aves durante un espectáculo nocturno de drones en Central Park. Si bien los datos no son contundentes en lo que respecta a especies en cautiverio y a aquellas en rutas migratorias, el monitoreo con cámaras termales mostró que tanto aves anidando como en el suelo fueron perturbadas por el espectáculo.
En el terreno de la ciencia, Andrew reconoce el potencial del dron en labores de monitoreo y documentación de especies animales. También reconoce los peligros y hace hincapié en recordar que, además de perturbar la vida silvestre, los drones plantean riesgos de colisión y desplazamiento. Antes de volar un dron, Andrew sugiere contactar a organizaciones ornitológicas locales para consultar sobre la actividad migratoria de aves. Cuando está pronosticada, se desaconseja el uso de drones en zonas específicas.
Aún queda mucho por hacer en términos de normatividad relacionada con el uso de drones. Mientras tanto, Andrew sugiere seguir el código ético de la Asociación Estadounidense de Observación de Aves (ABA, por sus siglas en inglés). Por su parte, Gemma propone abstenerse de mantener drones en vuelo cerca del suelo y de la copa de los árboles. También enfatiza en la importancia de no subir contenido a redes sociales en el que se observan animales con comportamientos alterados como resultado de la presencia de un dron.
Este texto fue escrito por Marck Guttman, fotógrafo, escritor y partidario devoto del turismo sostenible. Dirige el blog Don Viajes y ha publicado más 800 historias en medios como Esquire y National Geographic Traveler. Las montañas son su lugar feliz y el pan dulce su primer amor.
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