El artista y científico Marcus Eriksen decidió estudiar la contaminación por plástico en el Golfo Arábigo. Una vez ahí, conoció a Ulrich Wernery, un académico alemán que se especializó en camellos. Al momento de encontrarse, Wernery lo invitó a acompañarlo: podría enseñarle dónde estaba el plástico en el desierto.
Unas horas más tarde, se encontraron un esqueleto de camello sobre la arena. En ese momento, se dispusieron a cavar y a encontrar más huesos. Poco tiempo después, se encontraron con masas de plástico enterradas bajo el suelo ardiente, con dimensiones similares a las de una maleta mediana.
Eriksen se formó en Estados Unidos para entrar a trabajar al instituto ambiental 5 Gyres, que se dedica a investigar la contaminación que genera el plástico en Santa Mónica, en el estado de California.
Cuando visitó el Golfo Arábigo con Wernery, los científicos se horrorizaron al ver la manera en la que tortugas, ballenas, y otros mamíferos marinos estaban gravemente afectados por la contaminación plástica en la zona. Ante esto, Eriksen señaló:
“Escuchamos sobre mamíferos marinos, leones marinos, ballenas, tortugas y aves marinas impactadas […]. Pero esto no es solo un problema oceánico. También es un problema de tierras. Está en todas partes.»
A partir de este impacto negativo, ambos condujeron un estudio para determinar el detrimento que tienen estos desechos en la vida marina y terrestre de Arabia. Con éste, calcularon que aproximadamente 390 mil camellos dromedarios viven en los Emiratos Árabes Unidos.
Los resultados de este esfuerzo de investigación fueron publicados en el Journal of Arid Environments , en su edición de febrero de 2021. Junto con otros colegas, estimaron que el plástico mata alrededor del 1 % de estos animales, a pesar de su peso cultural en el país.
Para la investigación, se reclutó a un microbiólogo veterinario del Laboratorio Central de Investigación Veterinaria de Dubái. Junto con el resto del equipo, han examinado desde 2008 a cerca de 30 mil camellos dromedarios, para saber cuál era la causa de sus muertes.
Resultó ser que los 300 de los ejemplares tenían las entrañas llenas de plástico. Algunos casos pesaron 3 kilogramos; otros, hasta 64 kilogramos. La razón detrás de estas muertes dolorosas fue que, mientras caminaban a través del desierto buscando comida, los animales masticaron bolsas de plástico y otros residuos de este tipo, acumulados en árboles y en la arena.
«Para ellos, si no es arena, es comida«, se lamentó Eriksen. Con las tripas llenas de plástico, se inhibe su reacción natural de hambre, pero no reciben los nutrientes que necesitan naturalmente. Así, se mueren de hambre con el estómago lleno. Además, las fibras de plástico tienden a envenenar sus intestinos, lo que les produce una muerte lenta y dolorosa.
Los científicos recomendaron prohibir las bolsas de plástico y los plásticos de un solo uso, para proteger a los camellos y otros animales salvajes. Así, los espacios naturales en los que se mueven estarán limpios de este tipo de desechos, que contaminan los ecosistemas áridos.
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