Ágiles. Rápidas. Elegantes. De sangre fría. Las serpientes figuran entre los depredadores más letales y certeros del mundo animal. A pesar de la carga ideológica con la que se le castiga a estos reptiles en diferentes culturas, tienen una manera muy particular de interactuar con el entorno y las condiciones climáticas de su hábitat. Un nuevo estudio sugiere que la clave podría estar en la lengua bífida.
Las protoserpientes aparecieron en el planeta como descendientes de los reptiles prehistóricos, según detalla Kurt Schwenk, Profesor de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Connecticut. Como sus ancestros tenían que reptar entre rincones estrechos para escapar de los depredadores más grandes, adaptaron evocativamente sus cuerpos a ser más alargados, finos y flexibles.
De la misma manera, como siempre permanecían cerca del suelo, eventualmente perdieron la visión nítida que comparten otros animales. Con este sentido venido a menos, el olfato se convirtió en una herramienta fundamental para moverse en el espacio y reconocer los elementos en el entorno. Esta misma capacidad olfativa agudizada fue heredada por las serpientes contemporáneas.
Millones de años después, tras la extinción de los dinosaurios, estos reptiles volvieron a la superficie. En esta ocasión, con un sentido perfeccionado del olfato, instalado en la lengua bífida. A diferencia de la creencia popular, no es aquí donde muchas de ellas almacenan su veneno. Por el contrario, es un dispositivo naturalmente instalado que les permite saber a qué temperatura está el entorno y así también, identificar quiénes están cerca de ellas.
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Así como los mamíferos utilizamos la piel para saber qué tan calientes o fríos están los objetos en el espacio, las serpientes utilizan la lengua bífida como sensores térmicos. Según detalla Schwenk en su artículo para The Conversation, además funcionan como órganos olfativos.
Esto es así porque cuentan con «dos órganos con forma de bulbo ubicados justo encima del paladar de la serpiente, debajo de su nariz», detalla el experto. Por medio de estos estímulos sensoriales al cerebro es que puedan oler lo que sucede a su alrededor. Por esta razón, las serpientes no son grandes degustadoras: privilegian el olfato sobre otros sentidos para conocer el mundo.
Cada punta de la lengua cuenta con terminaciones que llegan a su propio órgano, lo que da pie a que el cerebro reconozca instantáneamente en qué espacio el olor es más fuerte. La lógica es similar a por qué los seres humanos tenemos dos oídos: nos permiten reconocer espacialmente de dónde provienen los sonidos. Lo mismo aplica para la la lengua de las serpientes. En lugar de capacidades auditivas en «estéreo», explica el experto, traducen los olores del mundo con las dos puntas.
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