Sable Island es una isla ubicada en el Océano Atlántico, cerca de la costa canadiense. Con un largo de 40 kilómetros, la isla es tan angosta que puedes ver el mar de un extremo de su ancho al otro. Se tiene registro de esta isla desde la década de 1500, cuando marineros portugueses se encargaron de trazar un mapa del territorio americano y lo que lo rodea.
Sable Island es conocida por su vasta población de caballos salvajes. Sin embargo, no siempre existieron en la isla. La isla como hogar de caballos data apenas del S.XVIII, cuando un comercianre de Boston abandonó a los caballos que había ya sea comprado o robado después de que los británicos expulsaron a los Acadios de Nueva Escocia y los forzaron a dejar su ganado en el continente. Los caballos y sus descendientes poblaron poco a poco Sable Island.
Los esfuerzos por conservar esta población de caballos en condiciones óptimas se mantuvieron tan firmes que para el S.XIX se introdujeron más caballos para ‘mejorar’ la población que habitaba la isla. El plan resultó lo contrario, los ejemplares fueron capturados y usados como animales de trabajo en tierra firme.
Para mediados del siglo siguiente, el destino que los humanos planearon para los caballos tomó un rumbo completamente distinto. El gobierno federal decidió eliminar todos los caballos salvajes de Sable Island, sin éxito pues la población humana protestó en contra de este acto y finalmente declararon la especie como protegida en 1961.
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Los científicos han advertido desde la década de los 50 que los caballos están teniendo un impacto nocivo en el bienestar de su hábitat. Pero fue hasta 1998 que el Servicio de la Vida Silvestre de Canadá inició un estudio científico, riguroso y profundo de las afectaciones que los caballos silvestres provocan.
“No hay duda que los caballos están afectando el ecosistema. Eso es visualmente evidente para cualquiera que viene a la isla,” menciona Dan Kehler, un ecologista en la Reserva del Parque Nacional de Sable Island, el cual abarca la enteridad de la isla. “Creo que la pregunta para nosotros es ¿cuáles son las consecuencias de algunos de esos efectos?”
Una de estas consecuencias ha sido el aparente incremento de invertebrados en algunos estanques, porque el excremento de los caballos potencia el crecimiento de alga, la cual es el alimento de los invertebrados. A pesar de que esto parecería una consecuencia positiva, Andrew Medeiros, especialista en cuerpos de agua dulce, afirma que las poblaciones podrían volverse parasitarias.
El debate es evidente: quienes quieren proteger a los caballos salvajes de Sable Island y quienes quieren proteger a las demás especies y al ambiente de los daños que ellos provocan. Las distintas posturas han abierto el panorama para una pregunta muy específica: ¿Cómo se decide qué especie pertenece a qué lugar?
Cientos de animales han sido transportados de un continente a otro durante siglos; se han reproducido, dejado descendencia y mutado de acuerdo a las nuevas condiciones de vida. ¿Qué hacer con dichas especies? ¿Deberían regresar a sus lugares de origen? ¿Ya pertenecen a sus nuevos hogares? La conclusión está lejos de ser clara y los caballos de Sable Island son sólo uno de los muchos casos de animales introducidos humanamente que afectan su ecosistema.
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