Más de un tercio de las belugas en todo el mundo van a Hudson Bay, en Canadá, para pasar los meses más cálidos del año. En el Ártico canadiense, las aguas son mucho más templadas, y por eso escogen este lugar para tener a sus crías.
Pasan ahí los meses de verano, enseñándoles sonidos sencillos que evolucionan a un lenguaje exclusivo de cada familia. Cada día, los bebés deben de comer la suficiente grasa para engordar medio kilo. Para agosto, tendrán que emprender su viaje de regreso más al norte, donde el hielo no promete ser complaciente para los recién nacidos.
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Muchas de las belugas hembra llegan embarazadas a Hudson Bay. A los pocos días de estar ahí, dan a luz a sus bebés, quienes nacen sabiendo nadar y comunicarse con sus madres. A pesar de que tienen una habilidad innata para detectar los sonidos que ellas emiten, a lo largo de los meses de verano tienen que aprender el lenguaje complejo de sus familias.
De acuerdo con la cobertura de la AFP, las belugas se conocen coloquialmente como ‘canarios del mar’ «debido a las alrededor de 50 vocalizaciones (silbido, chasquidos, tañidos) que emiten, son animales «sociales» con un «sistema de comunicación muy complejo», cuenta Valeria Vergara, que las estudia desde hace años».
Abuelos, padres, madres, hermanos mayores y primos comparten un sistema de sonidos específico de su grupo, que los recién nacidos tienen que dominar antes de partir hacia el norte de nuevo. Skerry asegura que ésta es una señal más de que los cetáceos son animales que no sólo logran establecer lazos emocionales y sociales profundos, sino que generan cultura entre sí.
Los sonidos generalmente están acompañados de gesticulaciones faciales. Entre las ballenas, las belugas se distinguen por ser los animales más expresivos: sonríen, fruncen el ceño, se ríen y lloran, como lo hacemos los seres humanos. Según la cobertura de Skerry, ésta podría ser la especie de cetáceos más social que existe en la naturaleza. Prueba de ello es el lenguaje sofisticado que desarrollan entre ellas.
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Mientras están en Hudson Bay, sin embargo, este peligro no es real todavía. En esos meses de descanso, las madres les enseñan a conseguir comida, a protegerse de no quedarse varadas en la orilla, e incluso a ‘cantar‘. Para cuando cumplen tres años, las crías jóvenes saben identificar cerca de un millar de sonidos diferentes, todos originarios de sus familias y grupos cercanos.
Este conocimiento se transmite de generación en generación. Así como aprenden de sus familiares a ‘hablar’ desde pequeñas, las belugas deben memorizar el viaje de ida y de regreso a Hudson Bay. Año con año vuelven a reencontrarse con sus primos y otras familias que llegan ahí a descansar. Algún día, les tocará enseñar a sus propias crías las mismas habilidades que ellas aprendieron en el Ártico canadiense al inicio de su vida.
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