Este texto fue publicado originalmente en la versión impresa de National Geographic en Español y puedes leer la versión original en inglés en Animals trapped in war zones find a second chance here
Pablito fue el primer león que había visto de cerca. Tenía unos cuatro meses y se me acercó desde un cuarto oscuro en su recinto en el New Hope Centre, una unidad de rehabilitación de vida silvestre en Amán, Jordania. Se detuvo de golpe y se me quedó viendo. Su mirada parecía triste y vulnerable, como si intentara decirme algo en un idioma compartido sin palabras. De pronto me sentí responsable de contar su historia.
Antes de conocer a Pablito, en 2018, iba en camino para fotografiar a una niña de nombre Zahra. En aquel entonces, ella tenía siete años y era una refugiada siria que vivía en un asentamiento de carpas en Jordania. Desde 2001 había utilizado mi cámara para contar historias de esperanza, resiliencia y supervivencia. Una y otra vez había visitado lugares devastados por el conflicto y otros donde quienes habían huido de zonas de desastre luchaban por empezar una nueva vida.
Entonces supe de la clínica New Hope, que le ofrecía una segunda oportunidad a otras almas indefensas: animales traumatizados y descuidados, rescatados de zoológicos mal gestionados y zonas de guerra o confiscados de los contrabandistas.
New Hope era un centro de cuarentena y rehabilitación para animales que, a la larga, trasladarían a Al Ma’wa for Nature and Wildlife, un refugio en el bosque a unos 50 kilómetros, el cual abarca 111 hectáreas en las montañas Jerash, al noroeste de Jordania. El santuario era hogar de una tortuga paralizada debido a una enfermedad musculoesquelética y rescatada, en 2016, del que se ha denominado el peor zoológico del mundo, en Gaza. Al Ma’wa (refugio, en árabe) también era hogar de leones africanos y osos negros asiáticos de Magic World, un parque de diversiones y zoológico a las afueras de Alepo, en Siria, asolada por la guerra.
Empecé a visitarlo con frecuencia. Documentar las vidas de estas criaturas fue algo revelador. Mi trabajo siempre se había centrado en las personas que se veían atrapadas en medio del caos, la miseria humana y la destrucción. Ahora me enfrentaba a los animales olvidados: víctimas de conflictos que nada tenían que ver con ellos. De no haber sido rescatados, es muy probable que estos animales hubieran muerto en bombardeos, como víctimas de fuego cruzado o por inanición.
En una ocasión, en New Hope, cuidadores y un veterinario estaban preparando a tres hienas rayadas, rescatadas de zoológicos en Jordania y Gaza, para liberarlas en la naturaleza. El equipo las anestesió con un tranquilizante y les realizó revisiones médicas completas.
Cuando determinaron que las hienas estaban en condiciones de ser transportadas, las trasladaron a bordo de una camioneta y las soltaron en una zona remota del centro-sur de Jordania. Estos animales tuvieron suerte. La mayoría de aquellos rescatados de zoológicos fallidos o de zonas de guerra —que con frecuencia no tienen energía eléctrica ni agua, y muchísimo menos financiamiento ni cuidadores— no tienen hogar al que regresar. Para estos animales apátridas, el santuario de Al Ma’wa es un asilo permanente.
Pablito, el cachorro de león sería uno de ellos. Vivir encerrado en una jaula pequeña en el zoológico lo había traumatizado, me contó su cuidador. El cachorro tenía una cicatriz grande en el hocico, señal de que había intentado abrir su jaula constantemente. Después de un mes en New Hope, Pablito se empezaba a recuperar. Pasé horas viéndolo jugar con ramas de los árboles y un costal de yute que colgaba del techo de su recinto de 150 metros cuadrados; entraba y salía de una casita para niños y rugía. En la noche dormía en una cama de paja.
Más adelante conocí a Scooter, la tortuga paralizada debido al maltrato. Tras ocho meses en hidroterapia intensiva y una dieta rica en vitaminas para ayudarla a fortalecer los músculos, Scooter comenzó a mover las extremidades. Ahora se desplazaba despacio a bordo de una patineta.
La princesa Alia Al Huséin, hija mayor del fallecido rey Huséin de Jordania, me contó que en 2009 empezó a contemplar la fundación de un santuario para animales cuando un circo itinerante hizo una parada en Jordania. Muchos de los animales estaban en malas condiciones. A una cachorra de león le habían quitado las garras y tenía dolor en las patas. Más adelante, la princesa Alia descubrió que los permisos del circo, del Ministerio Egipcio de Agricultura, eran falsificados.
En aquel entonces, cuenta la princesa Alia, muchos jordanos no eran conscientes en cuanto a temas de bienestar animal. Entonces reconoció que era necesaria una iniciativa como New Hope.
Con su organismo sin fines de lucro, la Fundación Princesa Alia, se asoció con Four Paws, una organización de bienestar animal con sede en Viena. En enero de 2010, el Centro New Hope le dio la bienvenida a su primer paciente, una hiena rayada de cuatro años de nombre Doobie, rescatada de un zoológico local. Al Ma’wa abrió en 2011.
“Hacemos lo posible por comunicar a los visitantes que las condiciones de los animales salvajes en los zoológicos no son adecuadas”, me contó Marek Trela, veterinario y CEO de Al Ma’wa. “La situación ideal es liberarlos en la naturaleza. Sin embargo, si nacen en cautiverio, no siempre es posible”. No obstante, afirmó que es posible mejorar las condiciones de vida de estos animales.
En Al Ma’wa, que opera sobre todo gracias a donativos, los animales siguen viviendo rodeados de rejas, pero al aire libre y en un entorno más natural. El santuario está en una de las últimas extensiones de bosque mediterráneo, poblado de encinos, pinos y madroños. Y si bien la propiedad no es muy extensa, acoge cómodamente a 70 animales, entre ellos 24 leones africanos, ocho osos pardos sirios, dos osos negros asiáticos, dos tigres de bengala, dos hienas rayadas, una hiena moteada y ocho lobos, uno de ellos rescatado tras estar a la venta en Facebook.
Todas las semanas, estos animales consumen más de 575 kilogramos de carne —sobras de los supermercados y los rastros— y más de mil 800 kilogramos de frutas y verduras. La mayoría de los animales llega al santuario sin historial médico; los detalles de sus historias son en gran parte desconocidos. Los cuidadores se dedican a aprender los detalles de cada individuo y se aseguran de que cada animal esté cómodo.
Max, un león rescatado de un zoológico de Gaza, tiene cajas de cartón para destruirlas. A Kahrba, otro león, rescatado de Alepo, le gusta golpear costales de yute rellenos de paja. Cada par de semanas, Ballou, el oso pardo sirio, disfruta su antojo favorito: cocos.
Los cuidadores se aseguran de que los visitantes no provoquen a estas criaturas y los visitantes aprenden las diferencias entre los animales salvajes y los domesticados. Si bien un animal salvaje puede ser domesticado, aprender a convivir e incluso depender de los seres humanos, se requieren miles de años de reproducción selectiva para que una especie se adapte genéticamente para vivir entre nosotros.
Me dio la impresión de que Al Ma’wa era un espacio intermedio en el que los animales se conectaban con sus cuidadores. No estaban domesticados, pero tampoco eran por completo silvestres.
Esto se hizo evidente cuando llegaron los tigres Tash y Sky —como por arte de magia—, en cuanto su cuidador produjo un sonido, o cuando Ballou se trepó a la reja en el instante en que su cuidador lo llamó por su nombre. Intenté llamar a algunos animales, pero ninguno me hizo caso.
En Al Ma’wa me intrigó ver a un oso negro asiático, Sukkar (azúcar, en árabe), de pie como si fuera un humano, una conducta natural. Fotografié a una águila culebrera blanca y café claro, la cual, cada que se me acercaba, se posaba en la tierra. Un mochuelo europeo de un año, al que confiscaron de un cuarto de hotel en Amán tras aparecer a la venta en línea, miró fijamente a la cámara cuando me le acerqué para retratarlo. Más tarde lo soltaron en la naturaleza.
Me desconsoló enterarme de lo que estos animales habían vivido. Sin embargo, cada vez que me iba, ya tenía ganas de regresar. Cuando voy a Jordania, paso a saludarlos.
Desde finales de 2018 he visitado New Hope y Al Ma’wa unas 25 veces. (New Hope consolidó sus operaciones en septiembre de 2021, cuando mudó a todo su personal y animales a Al Ma’wa). Casi me siento parte de la vida de estos animales: alguien invisible y, espero, de fiar. He visto crecer a algunos. Es un placer verlos tener la vida que merecen y eso es lo que me sigue llevando hasta ahí.
Cuando llegué a Al Ma’wa un viernes nublado de marzo, estaba particularmente emocionado de ver a los felinos. Al acercarme a un recinto, un león majestuoso, alto y musculoso, se acercó a la reja. Asintió y regresó caminando despacio hacia los árboles. Por la pequeña cicatriz en el hocico, supe que el león era Pablito, el cachorro al que había conocido hacía cinco años; ahora era Pablo, su nombre de adulto.
No podía creerlo, me había reconocido.
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