Tras la muerte de su madre y hermana a manos de cazadores, el último ejemplar conocido de jirafa blanca lleva consigo un GPS para cuidar cada uno de sus pasos.
La última jirafa blanca conocida en el mundo habita en la reserva Ishaqbini Hirola, un área de conservación silvestre en el sureste de Kenia al borde del Río Tana, hogar de cientos de aves, mamíferos y el famoso hirola o antílope de Hunter, una especie en peligro crítico, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
En 2016, Ishaqbini Hirola se convirtió en un destino turístico popular debido al hallazgo de tres ejemplares de jirafas blancas (una hembra y sus dos crías) en la reserva, que captaron la atención de la prensa y los visitantes.
Las jirafas blancas son producto del leucismo, una condición genética poco común que altera parcialmente la producción de melanina y por lo tanto, provoca que la pigmentación de la piel adquiera un tono blanco. A diferencia del albinismo, el leucismo no provoca sensibilidad a la luz solar, ni un cambio en el color de los ojos.
Un ‘trofeo valioso’ para los cazadores furtivos
Sin embargo, la popularidad de las jirafas blancas –las únicas conocidas en el mundo según conservacionistas– también atrajo a cazadores furtivos, la punta de lanza de un mercado ilegal donde la piel, carne, cuernos y tendones son las partes más codiciadas de cada ejemplar.
En marzo de 2020, un grupo de cazadores asesinó a la madre y una cría, dos de las tres jirafas blancas conocidas del mundo. Tras cuatro meses de búsqueda, la reserva Ishaqbini Hirola anunció el hallazgo de sus cadáveres y por lo tanto, la confirmación de que la otra cría, un macho, estaba condenada a pasar el resto de su vida en soledad.
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Desde entonces, la vigilancia en la reserva y sus alrededores se intensificó para salvaguardar a la jirafa blanca, considerada un ‘trofeo valioso’ por los cazadores y que se cotizan en precios estratosféricos en el mercado negro.
Debido a su condición particular, la jirafa blanca se distingue del resto de los elementos de la sabana africana y por lo tanto, los conservacionistas temen que pueda ser divisada a cientos de metros por los cazadores.
De ahí que desde el 8 noviembre pasado, en un esfuerzo conjunto entre la reserva, el Servicio de Vida Salvaje de Kenia y las asociaciones Northern Rangelands Trust y Save Giraffes Now, la jirafa blanca (que carece de un nombre) lleve un GPS en uno de sus cuernos para mantenerla a salvo.
El dispositivo envía información cada hora sobre la ubicación geográfica de la jirafa, de modo que sólo los guardabosques pueden conocer el sitio donde se encuentra y tomar medidas si se dirige hacia un área que consideran riesgosa para el ejemplar.
Los peligros que acechan a las jirafas
En 2016, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) comenzó a considerar a la jirafa una especie vulnerable, después de que su población global experimentó una disminución del 40 % en los últimos 30 años, tanto por la caza, como por la destrucción de su hábitat y el cambio climático.
Entre todas las jirafas, una de las subespecies que corre mayor peligro de desaparecer es la reticulada (Giraffa reticulata), cuya población concentrada en Kenia y Etiopía apenas alcanza los 10 mil ejemplares. A esta subespecie pertenece la única jirafa blanca del mundo.
Aunque la piel y cuernos de las jirafas se utilizan por las tribus africanas y forman parte de su cultura desde tiempos remotos, el decremento de su población aceleró a raíz de las expediciones europeas para cazarlas durante el siglo XIX y con ellas, la conformación de un mercado ilegal de alcance mundial.
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