La base chilena Gabriel González Videla está ubicada en medio de una pingüinera compuesta por varias decenas de ejemplares en la Antártida. El olor a guano en esta región es penetrante.
“Aquí estudiamos la evolución de los pingüinos desde hace siete años con las especies de Papúa, barbijo y adelaida; los datos indican que este último está desapareciendo de los lugares que pierden plataformas de hielo, donde se resguarda el kril del que esta especie se alimenta”, explica Gisele Dantas, una de las líderes del estudio.
Además, estos mismos sitios son poblados por cada vez más pingüinos de Papúa, cuya dieta es heterogénea”, agrega Dantas.
Texto: Erick Pinedo
Este equipo estudia las relaciones entre las colonias de pingüinos en relación con los cambios medio ambientales que surgen por el calentamiento global y que pueden hacer que las poblaciones queden aisladas.
El animal más emblemático de la Antártida es también uno de los más sensibles a los cambios climáticos.
“Entre más conectadas estén las colonias, habrá más mezcla y menor pérdida de diversidad genética; pero, si quedan aisladas, acumulan diferencias por separado que pueden llegar a ser incompatibles en términos reproductivos. Hemos demostrado que los genes de algunas colonias son muy distintos de los de otras”.
Por lo que, actualmente se amplió la investigación para ver si ya existe una nueva especie de Papúa.
Los resultados implicarían cambiar la forma de conservación de las poblaciones de pingüino. Ya que, las diferencias entre lo que podrían ser nuevas especies harían necesario replantear estrategias para adaptarlas a sus características específicas.
En este sitio anida un pingüino especial, un albino que es objeto de un estudio primordial para el equipo liderado por las doctoras Juliana Vianna y Gisele Dantas, de la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais, en Brasil. Ya que, la alimentación y la anidación de los pingüinos dependen de las distintas formas de hielo.
Por otro lado, en la isla Nelson, uno de los sitios menos accesibles para las embarcaciones, se encuentra la colonia de pingüinos barbijo más grande de la zona.
“Buscamos entender la ecología de la influenza aviar en la Antártida, que se puede transmitir de animales a humanos y ha ocasionado las peores pandemias de los últimos siglos. Las rutas migratorias de las aves transportan estos virus alrededor del mundo, pero no se tiene mucho conocimiento sobre lo que pasa en este continente”, señala el doctor Neira, de la Universidad de Chile.
En esta región de la Antártida nos encontramos con una colonia compuesta por incontables pingüinos. Aquí hay desde recién nacidos, jóvenes, hasta los más grandes y dominantes.
«Queremos ver si el pingüino funciona como un reservorio de virus o si es afectado por los mismos. Es una especie que facilita el trabajo porque no vuela, vive en grupos y es fácil de manipular”, comenta el veterinario.
La adaptación de los pingüinos a climas extremos los ha mantenido aislados de agentes infecciosos; sin embargo, se han descubierto diferentes patógenos como el virus de la influenza aviar o el de Newcastle al hallar evidencia de anticuerpos en sus poblaciones.
Aunque no hay pruebas de mortandad o sintomatología que los pueda afectar, es posible que alberguen este tipo de enfermedades luego de entrar en contacto con aves migratorias de Sudamérica que llegan hasta acá.
“Junto con el doctor Rafael Medina, líder del proyecto en la Universidad Católica de Chile, descubrimos un virus de influenza con genes norteamericanos y europeos en un pingüino; no era propio de la Antártida, como se creía”, explica Neira.
“Esto nos ayudó a comprobar que sí existe un intercambio con los pingüinos del resto de los continentes”, asegura Neira.
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