Marc Prowisor dice que me llevará a ver a un palestino. Y lo cumple
Asentamiento judío de Shilo, Ribera Occidental
32°3?14?? N, 35°17?55?? E
Marc Prowisor dice que me llevará a ver a un palestino. Y lo cumple. Abordamos el polvoriento SUV en su casa, en el asentamiento israelí radical donde vive (presunto sitio de la ciudad bíblica de Shiloh donde, antiguamente, conservaban el Arca de la Alianza en una carpa). Cruzamos las vallas de seguridad, la puerta eléctrica, y proseguimos hasta la ruinosa granja de Khaled Daraghmeh.
Daraghmeh no se alegra de vernos. El agricultor palestino luce una incipiente barba entrecana. Cabellera negra, abundante y enmarañada. Viste sucios pantalones de trabajo. Y nos mira con recelo.
?¿Quiénes son??, pregunta, secamente. ?¿Qué quieren??.
?¡Sabah-il-khair!?, responde Prowisor. ?¡Buenos días!?. Es un guerrero amistoso. Sonríe con calidez. Se ha metido la pistola por detrás, en la cintura de sus vaqueros, ocultando la culata bajo el faldón de la camisa. No alarga la mano para saludar porque sabe que Daraghmeh no la estrechará.
Judío estadounidense, Prowisor es director de seguridad de One Israel Fund, organización que proporciona apoyo logístico a los asentamientos israelíes de la Ribera Occidental. Detuve mi marcha en Shilo porque quería visitar esas controvertidas avanzadas, para conocer a un colono israelí. La comunidad de Prowisor, y otras más, intentan expulsar a Daraghmeh de las tierras que cultiva argumentando que es un ocupante ilegal. Por su parte, Daraghmeh asegura que los campos color heno han pertenecido a su familia desde hace un siglo. La disputa inició hace un año. Estos hombres son enemigos categóricos.
?¿De qué quiere que hablemos??, me pregunta Prowisor, en inglés.
Mira hacia una vieja lámina de contrachapado tendida sobre unos neumáticos. Es una mesa donde Daraghmeh exhibe la mercancía que vende junto al camino: aceitunas encurtidas en botellas de gaseosas, puñados de nueces, algunas naranjitas duras. En entrecortado árabe, pregunta por la granja del palestino.
?Dice que los colonos han estado atacándolo?, traduce Prowisor. ?Dice que le fracturaron el brazo y que acaba de salir del hospital. No es verdad. Luce perfectamente sano?.
Al ver que sus huéspedes indeseables no se marchan, la tradicional cortesía árabe hace que Daraghmeh reaccione; a duras penas. Con ademán fatigado, mueve la mano invitándonos a pasar a un destartalado cenador. El palestino pide a su hijo de 14 años que deje de grabar en video el encuentro. El chico ha estado dando vueltas como a diez pasos de distancia, con la cámara pegada contra la cara. Activistas europeos de derechos humanos lo enseñaron a registrar todas las interacciones con los colonos. El muchacho se niega. Sigue filmando. Daraghmeh grita. El granjero, enfurecido, ordena que traiga el té. El chico se aleja, ofendido.
Los dos hombres de mediana edad, uno vestido para la campiña de Colorado y el otro, con el estilo híbrido del mundo en desarrollo, toman asiento en desvencijadas sillas de jardín, sobre viejos asientos de auto apuntalados a la sombra.
?Hay jóvenes alocados que causan líos en estas situaciones?, dice Daraghmeh, finalmente. ?Solo quiero vivir en paz. Quiero vivir en mi granja. Cultivar mis naranjas?.
?Tiene razón?, reconoce Prowisor, añadiendo en un aparte: ?Los jóvenes de ambos bandos están más endurecidos que nosotros, los mayores. Soy tan conservador como el que más. Pero mis hijos son más radicales que yo. Ya estoy harto y ellos solo hablan de no contener nuestra respuesta a los terroristas. No tienen recuerdos?.
Prowisor dice que, en su juventud, solía desplazarse libremente entre los palestinos. Las cosas eran más relajadas en esos días. Viajaba en los autobuses de la Ribera Occidental. Comía hummus en establecimientos de Hebrón. Son escenas de nostalgia. Incluso cuando dirigía operativos contra militantes palestinos ?Prowisor ha participado en varios tiroteos en la Ribera Occidental-, afirma haber intentado negociar tranquilamente con sus oponentes en reuniones clandestinas en los olivares. Sus hijos adultos, dos de los cuales ya se han integrado al Ejército israelí, jamás harían algo así.
?No se identifican con los palestinos, en absoluto?, agrega. ?No han tenido esa oportunidad. No han tenido que tratar con ellos fuera del conflicto?.
(Después de esta reunión, extremistas de los dos bandos precipitarán una guerra en la vecina Gaza. Tres colonos adolescentes israelíes serán secuestrados y asesinados en la Ribera Occidental; a su vez, los israelíes ?incluidos dos adolescentes- secuestrarán a un joven palestino, a quien quemarán vivo en represalia).
El hijo de Daraghmeh lleva el té al cenador. Su rostro infantil se contrae en una mueca de desprecio, de rabia pura. Nos alejamos de la granja en el vehículo. Veo a Daraghmeh parado junto al camino. Un hombre de ojos enrojecidos que parece no haber dormido en años.
Paso la noche en el cuarto desocupado de un hijo militar de Prowisor. La pared está decorada con un cartel del equipo de fútbol Águilas de Filadelfia. La casa parece salida de un suburbio estadounidense. Los Prowisor son gente informal, amistosa. La esposa, Suri, es una maestra tejedora: crear portabebés judíos tradicionales con estambre de algodón. Afuera, en el asentamiento Shilo ?rodeado de barreras protectoras que evocan una pequeña prisión-, hay una sinagoga, escuelas y un museo (israelíes mesiánicos fundaron el asentamiento haciéndose pasar por investigadores de campo arqueológicos). Frente al supermercado, un hombre tiene un puesto donde vende quesos exclusivos. Prowisor me muestra sus pinturas al óleo. Solía alquilar un estudio en la Ciudad de Nueva York.
?Tengo un sueño?, dice. ?El sueño de dejar atrás todas estas tensiones y dedicarme a la pintura, en Alaska?.
Pero Mark Prowisor no verá al caribú ni al oso. No pintará bajo las crepitantes auroras. Dudo que alguna vez abandone la Ribera Occidental para ir a la tundra helada.
?Dime, ¿cómo es aquello??, pregunta mi guía de caminata palestino, Bassam Almohor, pocos días después. Está sinceramente intrigado.
Caminamos juntos al norte, hacia Nablus, antigua ciudad de caravanas. Prowisor intentó obtener un permiso para que Bassam visitara Shilo. Se disculpó porque fue imposible.
Cuento a Bassam tanto como puedo: sobre el breve chispazo de empatía entre Prowisor y Daraghmeh. Sobre el endurecimiento de la nueva generación. Y pienso en la historia de la Cruzada de los Niños: cuando, hace 800 años, las piadosas naciones de Europa enviaron ejércitos de niños callejeros a conquistar y convertir la Tierra Prometida con su inocencia. Y cómo, en cambio, los mercaderes vendieron barcos repletos de niños convertidos en esclavos.
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