Caminata cerca de Pa?li, Turquía
Cerca de Pa?li, Turquía
39°9?8? N, 42°53?9? E
?¿Por qué no te has casado, kek??
Otra vez atormentan a Murat Yazar.
Mustafa Filiz, mi segundo compañero de caminata, un asistente de vuelo destacado en tierra, es mayor, de apariencia más respetable. Está a salvo. Incluso puede informar a los aldeanos que es un flamante marido. Es más, acortó su luna de miel en Estambul para caminar con nosotros (lo que eso presagie para su matrimonio, solo pueden juzgarlo él y su joven esposa, campeona de kick-boxing). Pero Murat, bohemio y soltero, de cabello largo y entrado en sus 30, no tiene excusa ni protección. No hace ni hora que paramos a dormir en una choza y ya tiene que explicar su escandalosa soltería. Ríe, avergonzado, al rechazar los ofrecimientos rituales para buscarle esposa. Sin embargo, lo veo mirar con tristeza a las jóvenes de fuertes manos que llegan de los campos con sus vestidos floreados. Es obvio que está lidiando con un corazón vagabundo.
Hazare Aydin, abuela que vive en una avanzada montañosa llamada Pa?li, reprende a Murat: ?Llevo casada más de 50 años. Han sido buenos, gracias a Dios. Tengo muchos nietos. ¡Ah! Ni siquiera puedo contarlos. ¡Y mi marido me debe dinero!?.
El esposo, un hombre rollizo con una gorra de fieltro, también llamado Murat, gruñe ostentosamente. Cuando voy a retratarlos, acerca una silla para Hazare y se coloca junto a su mujer, de pie, en actitud formal, como en un daguerrotipo del siglo XIX.
?La buena vida? ?escribe Bertrand Russell- ?está inspirada en el amor y guiada por el conocimiento?.
Al caminar por Anatolia, descubrimos que esos verbos pueden cambiarse con facilidad.
Avanzamos lentamente entre pastizales dorados, subimos por altas mesetas silvestres, guiados por el sonido de la flecha de Cupido, por los lugares donde hace diana el lejano rumor de la música nupcial. Pareciera que toda Anatolia está contrayendo matrimonio. Las notas de odas otoñales, llamadas payizoks, remontan los fríos, solitarios vientos que soplan de los caseríos curdos. Escuchamos la explosión de alegres melodías de danzas en círculo llamadas dîlok, con su profusión de aflautados clarinetes , el palpitar de tambores. Los curdos bailan durante días.
Mientras caminas por el mundo, te asalta un viejo, profundo anhelo. Porque al caminar aprendes cada nuevo paisaje como si exploraras el rostro de un amante; de cerca, rozando sus rasgos con tus dedos, sin distracciones, con una especie de atención fatídica, intensamente consciente de que cada kilómetro que pasa se ha ido para siempre, sabiendo que no puedes retenerlo. Lo mejor de caminar y escribir debe ocurrir así. Empiezas a avanzar, con los ojos cerrados. (Enero 5, 2015)