El barco atraca en Limassol. La luz de sol cae como una guillotina cromada. Reluciente. Afilada.
Cerca de Kellia, Chipre
34°58?29??N, 33°36?4?? E
?Siempre hay montañas a lo lejos. Y sobre toda la escena pende una luz peculiar, una bruma acerada y lila que agudiza los contornos y las perspectivas, y hace que cada cabra errante, cada algarrobo solitario, resalte en la tierra blanca como a través de un estereoscopio?.
?Robert Byron, ?Viaje a Oxiana?.
El barco atraca en Limassol. La luz de sol cae como una guillotina cromada. Reluciente. Afilada. Mortífera. Con paso vacilante, descendiendo por la plancha de hierro hacia playas rosadas de tantos vacacionistas rusos, pasando junto a los cafés helados que venden en cada esquina, caminando sobre el asfalto terso que se extiende por doquier (esta característica inevitable de las sociedades afluentes me sacará las primeras ampollas desde que salí de África), hacia al interior de la isla de Chipre.
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?La economía es mala?, dice mi nuevo amigo chipriota griego, Savvas Sakkadas.
Savvas es profesor del Departamento de Administración de Hotelería y Turismo en la Universidad de Tecnología de Chipre. Me vio caminar por el pueblo mientras podaba su césped y me invitó a dormir en su casa. Informa que su minúsculo país está en quiebra por la recesión global; por los cambistas que negocian con montañas de deuda.
?El año pasado, cerró uno de nuestros bancos más grandes?, dice Savvas. ?Una tarde, nuestra vida era normal y la mañana siguiente, cundió el pánico. Largas filas en los cajeros automáticos. La gente perdió los ahorros de toda su vida. Limitaron los retiros a 200 euros [234 dólares] diarios?.
Fue decisión de la Unión Europea, que rescató a Chipre.
?¿Cómo están las cosas en Estados Unidos??.
?Mal?.
?¿Allá encarcelan a los banqueros??.
?No?.
?Aquí tampoco?.
Esto me recuerda un pasaje del escritor Nikos Kazantzakis, donde Zorba el Griego explica que es posible juzgar a una persona por lo que hace con la comida: algunos la convierten en arte; otros, en trabajo físico; y otros más, simplemente la transforman en excremento. El caso de los banqueros es evidente.
?Vayamos a ver el olivo más antiguo de Chipre?, propone Savvas.
Brotó hace 700 años. El tronco retorcido es grueso, corto y hueco. Orgulloso, Savvas explica, con gran detalle, que alguna vez albergó ?en su interior a 32 franceses flaquitos. Fue para un récord?.
Como muchos hombres griegos de Chipre, Savvas conduce por la tercera isla más grande del Mediterráneo (y aun así, muy pequeña) vistiendo solo pantalones cortos. Es natural: el calor estival en sofocante, abrasador, casi intolerable. Mas la vista de tantos automovilistas descamisados es inquietante. La frágil desnudez humana contrastando con las máquinas pone de relieve la juventud de nuestra especie, su intensa vulnerabilidad, su mera apariencia de modernidad. Somos individuos de la Edad de Piedra atrapados en camionetas Toyota.
Y casualmente, esta es una realidad genética en Chipre.
Es una de las islas habitadas más antiguas del planeta. De algún modo, cazadores-recolectores llegaron aquí hace 12 000 años; hicieron barbacoa con los elefantes e hipopótamos enanos insulares hasta extinguirlos y luego, se pusieron a inventar algunas de las primeras aldeas del mundo. En una de ellas, llamada Choirokoitia<http://whc.unesco.org/en/list/848>, hay casas circulares de 9 000 años de antigüedad. Su aspecto es asombrosamente moderno, como búngalos de resort. Después hubo un desfile pasmoso de invasores, todos hambrientos por las riquezas naturales de Chipre, sobre todo su cobre: los egipcios antiguos irrumpieron en la costa, seguidos por proto-griegos, fenicios, asirios, persas, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, otomanos, el Imperio Británico y por último, los banqueros.
Caminaré al norte durante una semana, hacia el lado turco de la isla ?ocupado por las fuerzas armadas de aquel país, en 1974- y de allí navegaré a Turquía, desde donde la extinta Ruta de la Seda conduce a China.
El interior de Chipre se compone de montañas espectrales. Voy a rodearlas. Me guío con una brújula en vez de usar referencias de poblaciones, y camino en línea recta por campos en barbecho de color rojizo, como piel quemada por el sol. Paso por alto el mundo cartesiano de la agricultura: los canales, los caminos blanquecinos, los ángulos rectos. Camino igual que vuelan las aves. Solo veo aves: relucientes cuervos negros. La isla nos pertenece. Los cuervos y yo reclamamos Chipre.
A lo largo de este recorrido ?dejé atrás una guerra en Palestina y me aproximo a otra en Irak-, no he encontrado una sola alma caminando. Soy lo único que se desplaza a pie desde hace 150 kilómetros. Tal es la soledad introspectiva de Europa. Ensarto el mundo en mi corazón como quien enhebra una aguja. Lo veo desenredarse detrás de mí. Me quito la camisa. Soy libre.
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