El exraño mundo de las mulas
Cerca de Siverek, Turquía
37°46?32? N, 39°16?22? E
Diciembre 11, 2014.
Vamos por partes: una mula no es un burro.
El burro es un miembro de la familia de los equinos abrumado por baja autoestima: un animal pequeño, humilde y de largas orejas, que engendra mulas cuando se aparea con un caballo. En otras palabras, el burro es la materia prima para forjar una aleación superior, la mula. Así pues, llamar mula a un burro es un error de principiante que, en el mejor de los casos, recibirá el ceñudo desprecio de un mulero veterano. Y en el peor, provocará un enfrentamiento verbal.
Hay mulos (machos) y mulas (hembras). Hay mulas ?azules?, algodoneras, azucareras y mineras. Hay una mula enorme que pesa 460 kilogramos. George Washington criaba mulas. Pero todas las mulas son inmunes a la política. No existe una mula idealista.
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Como híbridos, las mulas son biológicamente estériles, lo que explica su temperamento: viven enfadadas con el mundo.
Los mexicanos tienen un proverbio: ?Una mula piensa, por lo menos, siete veces al día cómo matar al amo?. Sin duda es una exageración. Sin embargo, nadie contradice el espíritu del aforismo.
Las mulas no toleran nombres.
Este hecho podría sorprender al público general. Es verdad que podemos llamarlas como se nos antoje. Por ejemplo, nuestra mula blanca ha sido bautizada de diferentes maneras por mis compañeros de caminata en Turquía. Deniz Kilic la llamó Bárbara por razones que solo él puede explicar. Mustafa Filiz la apodó Sunshine (Luz de Sol). Murat Yazar la llama Sweetie (Cariñito). John Stanmeyer, mi colega fotógrafo, se refiere a ella como Snowflake (Copo de Nieve). Yo prefiero Kirkatir, nombre turco que significa ?mula gris?. Es la denominación original que le impuso su dueño anterior, un leñador aleví de las colinas boscosas de Mersin. Pero la verdad es que, como todas las mulas, no responde a etiqueta alguna impuesta por simples humanos. Kirkatir no se aproxima al llamarla con la voz o un silbido. Lo hace cuando le viene en gana. Cosa poco frecuente.
Kirkatir tiene 22 años.
¿A cuánto equivalen en años de mula? A unos cinco milenios. Caminar por la ruta con Kirkatir es como viajar con el ser vivo más viejo del planeta Tierra: es como dar un paseo dominical amarrado a una secoya o un pino longevo. En julio, cuando salí con ella a dar un primer paseo de prueba, noté que tenía la piel arrugada alrededor de la albarda. ?¿Cuántos años tiene??, pregunté al propietario. El hombre, Ahmed, levantó los ojos al cielo. Volvió las palmas al cielo. Se encogió de hombros. Era un actor pasable. Mas los documentos, obtenidos después de la venta, revelaron la verdad.
?No puede ser tan vieja?, protestó Deniz Kilic, quien accedió a la compra antes de mi llegada a Turquía, y se sentía responsable. Deniz pasó la primera tarde de la caminata en ese país con la expresión ceñuda y la mirada fija en su smartphone. Buscaba desesperadamente un sitio Web que demostrara que las mulas vivían 50 años, o quizás hasta un siglo.
Las mulas comen de todo.
En un viaje a pie a campo traviesa, ese estómago tolerante puede ser una cualidad muy útil. Los caballos son demasiado quisquillosos. Dicho esto, el apetito de las mulas también tiene desventajas. En Jordania, donde viajé con mulas de carga, uno de los animales, llamado Selwa, se comió el bastón del guía beduino Hamoudi Enwaje? al Bedul. Y es bien difícil hallar bastones en un desierto vacío. Días más tarde, luego de mucho buscar, mi guía al fin encontró otro bastón. Selwa también se lo comió.
Las mulas son más inteligentes que los caballos.
Es un hecho reconocido sobre la raza de las mulas. Por ejemplo, las mulas no corren riesgos innecesarios. Solo mire sus oscuros ojos bentónicos: detrás de las insondables retinas, detectará ecuaciones cuadráticas cayendo en cascada como plancton. Y es que las mulas siempre están calculando las probabilidades. Kirkatir es una mula cautelosa. Observa todas las leyes de tráfico conocidas. Se para en cada uno de los reductores de velocidad instalados en los caminos para desacelerar los autos. Y lo hace durante mucho tiempo.
Una tarde, Deniz y yo entramos en el consultorio de un veterinario en las afueras de la ciudad turca de Gaziantep. Necesitábamos una opinión experta.
?Tenemos un problema con nuestra mula?, informamos al médico animal, un joven delgado y observador, parado detrás del mostrador con un blanco delantal médico. ?Nuestra mula hace una cosa muy extraña toda la noche. Cada vez que la amarramos a un árbol para acampar, camina adelante y atrás ?sí, adelante y atrás- constantemente. Hace un bailecito raro?.
Y entonces, Deniz y yo, con nuestra mejor habilidad, reinterpretamos la rumba de Kirkatir: parados codo a codo, dimos tres pasos adelante, sacudimos exageradamente las cabezas ?en un círculo amplio, en el sentido de las manecillas del reloj- y luego, dimos tres pasos atrás. ¿Es posible, preguntamos al veterinario, que nuestra mula padezca de una extraña neurosis de las mulas? ¿Acaso era una mula insomne? ¿Nuestra mula estaba loca?
Repetimos los pasos tres o cuatro veces. Para mayor claridad. Para obtener un diagnóstico preciso.
Los ojos del veterinario zigzaguearon entre Deniz y yo, mientras una creciente multitud se congregaba frente a la puerta abierta de la clínica. No, declaró el médico, finalmente. Nuestra mula era perfectamente normal, aseguró.