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Astronautas del Challenger merecen un memorial en el espacio

Al llegar el 30º aniversario del desastre, nos preguntamos: ¿Cuál es la mejor manera de recordar a quienes dieron su vida para explorar el espacio?

Hace 30 años, este jueves, el transbordador espacial Challenger se hizo pedazos poco después del despegue, y los restos ?junto con la tripulación- cayeron desde 18,300 metros de altura en el océano Atlántico. En este aniversario, resulta tentador repasar el accidente y el horror de presenciar la explosión del cohete del Challenger, un acontecimiento que paralizó el programa espacial estadounidense durante varios años.

Pero la flecha del tiempo apunta en una sola dirección, y revivir las catástrofes no cambia sus resultados. Así que, al mirar la filmación, no importa cuánto deseemos que esta vez el Challenger llegue sin contratiempos al espacio. Porque no lo hará.

En vez de ello, este es el momento de recordar a quienes perdieron la vida en el esfuerzo de la humanidad para trascender los confines de la Tierra, y tocar las caras de la luna, los planetas, y las estrellas. La lista de los caídos contiene menos de 40 nombres de astronautas, cosmonautas, y pilotos de pruebas; no obstante, cada uno de ellos es un doloroso recordatorio de que la exploración del espacio es un empeño difícil, y peligroso.

Por una extraña coincidencia, esta semana ocurrieron tres accidentes importantes en la historia espacial de Estados Unidos: el incendio en la plataforma de lanzamiento del Apollo 1, y las pérdidas de los transbordadores Challenger y Columbia. Hoy recordamos a los caídos con memoriales en la Tierra, y fuera de ella. Unos son objetos que hemos construido; otros son más personales. Pero quizás, en el futuro, más de esos memoriales deban colocarse en el espacio, el dominio que aquellos astronautas aspiraban alcanzar.

Recuerdos de un astronauta

?Es muy real para nosotros. Lo tenemos presente siempre?, dice Doug ?Wheels? Wheelock, astronauta de NASA quien, cada año, hacia el día de Año Nuevo, visita Cabo Cañaveral para contemplar el sitio de lanzamiento de Apollo 1, donde tres astronautas murieron al incendiarse su cápsula espacial, el 27 de enero de 1967.

?Me quedo parado allí, en silencio?, dice. ?Puedo oír el oleaje, porque está muy cerca del agua. Y eso me ayuda a reconectarme con lo que me hizo emprender este viaje personal?.

Los programas Apollo y transbordador espacial inspiraron a Wheelock a convertirse en astronauta. A la larga, volaría en el transbordador Discovery para pasar cinco meses en la Estación Espacial Internacional, la cual, dice, está llena de fotografías de astronautas desaparecidos, igual que los pasillos del Centro Espacial Johnson de NASA, en Houston. Confiesa que, al caminar por esos pasillos, piensa inevitablemente en sus amigos caídos.

?La tripulación del Columbia? aún puedo oír sus voces?, revela Wheelock, acerca de los siete astronautas fallecidos el 1 de febrero de 2003, cuando el transbordador espacial Columbia se desintegró en el cielo de Texas. ?Si pudiera repetir lo que escucho en mi mente? Aún puedo oír sus acentos, sus modismos, las características. Hacemos esto por ellos, para alcanzar sus metas y sus sueños?.

En el Centro Espacial Johnson también hay un soto de robles, donde cada árbol representa a un astronauta caído. En el Centro Espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral, Florida, se encuentra el etéreo Espejo Espacial, donde hay 24 nombre inscritos en granito. El Cementerio Nacional de Arlington alberga memoriales para las tripulaciones Apollo, Columbia y Challenger. Algunos lugares de la Tierra, la luna, Marte, y Plutón llevan sus nombres como recordatorio, igual que incontables calles, escuelas, centros cívicos y parques.

?Si morimos, queremos que la gente acepte este hecho. Estamos en un negocio peligroso, y esperamos que el programa no se demore si algo nos sucede?, declaró el astronauta Virgil ?Gus? Grissom, quien murió después en el incendio de la plataforma de lanzamiento del Apollo 1. ?Vale la pena arriesgar la vida por conquistar el espacio?.

Más tarde, el programa Apollo pondría a los primeros humanos en la luna. Y en 1971, cuando la tripulación del Apollo 15 llegó a nuestro satélite, llevaba consigo un memorial secreto. Llamada ?Astronauta caído?, la escultura es una pequeña figurilla humana de aluminio que descansa en el polvo lunar, junto a una placa inscrita con los nombres de 14 astronautas.

?Se dejó allí para honrar a los astronautas y cosmonautas fallecidos hasta ese momento?, explica Valerie Neal, curadora del Museo Nacional del Aire y el Espacio. ?Y me atrevo a suponer que cualquier nave que transporte humanos a Marte, o humanos de vuelta a la luna, llevará a bordo una placa o escultura para colocarla allá?.

Memoriales vivientes

Otros memoriales no tienen forma física.

En 1986, el científico planetario Alan Stern había terminado dos experimentos que volarían en el Challenger, incluido su primer trabajo como jefe científico. Por ello, al observar la explosión, además de sufrir la desoladora pérdida de sus amigos, Stern vio hacerse pedazos años de esfuerzo.

?Tuve muchas dificultades para superar todo eso?, dice Stern, del Instituto de Investigación Southwest. ?Y fue particularmente difícil porque salía en las noticias nacionales cada noche?.

Sufrió meses de insomnio y episodios recurrentes de depresión. Hasta que al fin decidió: ?Estudiaré un posgrado y me haré científico, y lo haré por toda la gente que conocí y perdió la vida?. ?Cada contribución a la investigación, todo lo que hago como científico, lo dedico a ellos?.

Eso incluye haber enviado la sonda New Horizons a sobrevolar Plutón, donde algunos rasgos de la superficie recibieron nombres informales en homenaje a las misiones Challenger y Columbia. ?No dejo de pensar en ellos?, revela. ?Aunque se ha vuelto un poco más fácil. Quizás sea el bálsamo del tiempo?.

Otros también han convertido la tragedia en un instrumento de cambio. June Scobee Rodgers, viuda de Richard Scobee, comandante del Challenger, canalizó su dolor para inspirar a la siguiente generación de exploradores del espacio. Comenta que tres meses después del accidente, las familias del Challenger se reunieron en su casa para encontrar la mejor manera de recordar a la tripulación, y decidieron celebrar las cosas importantes para los astronautas, lo cual significaba enfocarse en la educación.

Esta causa de exploración y descubrimiento no es una opción que hayamos elegido, sino el deseo escrito en el corazón humano? Buscamos a los mejores entre nosotros, los enviamos a la oscuridad inexplorada, y oramos porque regresen.

Presidente George W. Bush

Discurso al personal del Centro Espacial Johnson

?El Challenger terminó por ser conocido, muy apropiadamente, como la misión ?maestro en el espacio?, porque tuvimos a la primera civil a bordo?, prosigue Scobee Rodgers, refiriéndose a la astronauta y maestra Christa McAuliffe. Las familias terminaron creando el Centro Challenger, donde los estudiantes pueden simular misiones espaciales donde aprenden ciencias y reciben lecciones de ingeniería. A la fecha, hay más de 40 Centros Challenger en todo el mundo, y más de 4.4 millones de estudiantes han pasado por sus instalaciones.

?Es una celebración?, asegura Scobee Rodgers. ?Es un reflejo de sus vidas, de lo que fueron como equipo, y de la razón por la que estuvieron dispuestos a sacrificar sus vidas? La misión Challenger continúa, en verdad; y las lecciones de Christa se están enseñando?.

¿Un memorial en el espacio?

?A veces, nos quedamos cortos cuando tratamos de alcanzar las estrellas?, dijo el presidente Reagan en su elegía del Challenger. ?Pero debemos alzarnos de nuevo y persistir, pese al dolor?.

El programa espacial ha proseguido. Y por ello parece adecuado considerar la idea de crear un memorial en el espacio para nuestros astronautas perdidos, y marcar, de alguna manera, sus sacrificios en el reino que trataron de alcanzar.

Es cierto que ya hay uno, muy pequeño, en la luna, y tal vez otros más en camino. Pero ¿qué tal un memorial que navegue para siempre hacia las estrellas, como el disco del Voyager, que lleva nuestro mensaje para otros mundos? ¿O quizás un memorial puesto en órbita alrededor de la Tierra, donde podamos verlo ocasionalmente, reflejado en la luz del sol al amanecer y en el ocaso?

Scobee Rodgers cree que es una buena idea, a condición de que sea un memorial que ayude a la humanidad de alguna manera. ?Quisiera que tenga un propósito, más que el de ser un satélite estático?, dice. ?Algo que ayude a impulsar el programa espacial, o el progreso de la civilización, o que haga algo importante para nuestra nación y nuestro planeta?.

Alan Stern tiene otra propuesta. ?¿Qué tal si cada vuelo espacial humano llevara a bordo un memorial, pero siempre el mismo??, sugiere. ?Reconocería a todos cuantos se han perdido en un vuelo espacial, en solidaridad con esos pioneros. Sería muy discreto. Sin embargo, cada astronauta de cada vuelo espacial ?y cada turista espacial- sabría que es parte de ese homenaje?.

National Geographic

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