Con entrenamiento físico, las personas que padecen demencia pueden fortalecerse.
«Yo creo que al practicar deporte, él se da cuenta de que todavía puede rendir». Conmueve escuchar hablar de su esposo a una miembro del grupo de autoayuda de la Asociación Alzhéimer de Berlín. El hombre enfermó de demencia hace algunos años, a la edad de 55 años.
Quien recibe un diagnóstico de demencia generalmente piensa inmediatamente en todo lo que ya no podrá hacer. ¿Montar en bicicleta, nadar o hacer footing? ¡Todo ha terminado!
Peter Wißmann, quien dirige un equipo de ayuda a enfermos de demencia en la ciudad alemana de Stuttgart, quiere demostrar que no es así en casos de demencia ligera o de mediana gravedad. Sus pacientes pueden elegir entre una amplia gama de actividades, desde gimnasia, baile, paseos en bicicleta o caminatas, hasta excursiones en canoa.
«Algunos enfermos de demencia sienten una gran necesidad de hacer ejercicio, mientras que otros se vuelven apáticos a causa de la enfermedad», explica Werner Hofmann, presidente de la Asociación Alemana de Geriatría, con sede en Colonia. A esta última categoría de enfermos hay que sacarla de su concha porque el ejercicio puede ser un buen remedio, asegura el experto.
Un estudio sobre el tema entrenamiento físico y demencia realizado por el Centro Geriátrico de la Universidad de Heidelberg llega a la conclusión de que por medio del entrenamiento los pacientes vuelven a tener la sensación de que ellos mismos pueden lograr algo para mejorar su situación. Según el estudio, estos pacientes raras veces padecen de depresión. Además, el entrenamiento regular fortalece a los pacientes, según la investigación, por lo que mejoran tanto las funciones mentales como la coordinación. Esto se debe a que el ejercicio estimula la irrigación sanguínea no sólo de la musculatura sino también del cerebro, por lo que éste recibe más oxígeno.
«Está demostrado que de esta manera se puede retrasar el desarrollo de la demencia y el deterioro de la enfermedad», dice Larsen Lechler, quien dirige el Centro de Terapia y Salud del hospital St. Hildegardis en Colonia. La biografía del paciente que padece demencia puede indicar cuál es el mejor tipo de ejercicio para él. «Hay que averiguar cuál era la disciplina deportiva que siempre le gustaba a la persona afectada», recomienda Lechler. El tipo de movimiento aprendido en el pasado queda guardado en la memoria a largo plazo.
«El entrenamiento no debe centrarse sólo en la fuerza o el equilibrio sino en ambas cosas», dice Hofmann. Lo ideal es practicar durante aproximadamente media hora tres veces a la semana. El entrenamiento comienza con un precalentamiento y ejercicios de coordinación. Después siguen unos ejercicios ligeros de fortalecimiento con pesas o con el propio peso corporal. «Se deben entrenar los principales grupos musculares que son importantes en el día a día, por ejemplo los músculos que se tienen que usar para levantarse, para abrir una botella o para peinarse», dice Lechler. Para terminar conviene hacer un ejercicio de relajación con música a bajo volumen, por ejemplo.
Este entrenamiento regular se puede completar con otras disciplinas deportivas que le gusten al enfermo de demencia, tales como caminar, ir en bicicleta, hacer footing o nadar. Cuanto más haya avanzado la enfermedad tanto más necesaria es la asistencia de personal cualificado. Para las personas que padecen demencia avanzada no son recomendables movimientos muy complejos como los que se necesitan para jugar al golf o practicar el yoga. Además de los ejercicios físicos que ofrecen los grupos de autoayuda puede ser útil visitar un café para dementes, participar en un grupo deportivo para personas mayores o acudir al médico de familia, que conoce al paciente y que debería examinarlo regularmente.