La marca de Freud en Buenos Aires

El psicoanálisis tiene un arraigo especial en la ciudad.

Difícil imaginar que en Buenos Aires una persona de clase media no sepa qué es un lapsus, un acto fallido, la libido o el complejo de Edipo. No es de extrañar. La metrópoli no sólo ha sido, desde años muy tempranos, uno de los principales enclaves del legado de Sigmund Freud, sino que además cuenta, a 75 años de su muerte, con nada menos que 128 psicólogos activos por cada 100,000 habitantes.

«Es un fenómeno curioso. El psicoanálisis no parece tener en ningún otro lugar el arraigo y el grado de inserción popular que tiene en Buenos Aires. En esta ciudad a nadie le llama la atención que alguien vaya al psicólogo, es bastante normal. En otros lugares no es así», comenta el Doctor Miguel Leivi, presidente de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.

Pero ¿qué vigencia tiene actualmente el enfoque de Freud, que desarrolló sus teorías en el marco de la sociedad vienesa de fines del siglo XIX y principios del XX? ¿Cómo aplicar su mirada a contextos sociales que en las últimas décadas han cambiado tan radicalmente sus estructuras, sus prácticas, su entendimiento del tabú, impulsadas en gran medida nada menos que por Freud?

Es sabido que «hay numerosas opiniones de Freud respecto de la psicología femenina que a muchas mujeres les causa, justificadamente, urticaria», comenta Leivi haciendo referencia implícita a enfoques freudianos bien conocidos, como «la envidia del pene», entre otros.

«Creo que eran prejuicios personales de él y de algún modo propios del lugar que se le daba a la mujer en aquella sociedad. Habría que ver qué es lo que pensaría Freud en este momento», reflexiona el psicoanalista argentino.

Pese a este tipo de aspectos que siguen suscitando un manifiesto rechazo, lo que se inició en la década del 20 con la traducción al español de Luis López Ballesteros desató a orillas del Río de la Plata un auge tal que, años después, llevó a que una zona del barrio bonaerense de Palermo fuese denominada coloquialmente «Villa Freud» – por la alta concentración demográfica de psicólogos.

En este sentido, Leivi remite el arraigo de la disciplina en Buenos Aires a la migración europea en general y, en particular, a la migración de psicoanalistas que llegaron huyendo del nacionalsocialismo – el mismo que obligó a Freud a exiliarse en Londres. El psicoanalista señala, además, que la existencia de una clase media particularmente fuerte, «que vivió bastante bien durante décadas y tenía intereses educativos y culturales amplios» también abonó el terreno para la recepción de los estudios psicoanalíticos.

Si bien su perfil dista de ser el de los acaudalados pacientes que se recostaban en el diván de Freud, esa clase media que cultivaba los espacios de autorreflexión ofrecidos por el psicoanálisis ha ido cambiando con el correr de las décadas.

«Hoy en día la clase media está más empobrecida. La gente tiene menos posibilidades económicas, está sobrecargada de obligaciones, debe trabajar, atender a los hijos, a los padres mayores. Eso lleva a que surja la necesidad de tiempos más breves, de resolver problemas más puntuales. El cambio no es menor, y también ha hecho que el psicoanálisis se haya ido adaptando a las nuevas condiciones, que haya ampliado sus recursos para ir a lo puntual y ver hasta dónde se puede llegar», reflexiona Leivi sobre las evoluciones dentro de la disciplina.

Tal vez esos cambios sociales también sean los que impulsan el avance de otro tipo de terapias: cognitivas, gestálticas o conductistas, modelos que ofrecen abordajes de un carácter más pragmático.

«Eso depende de lo que busque cada persona», afirma Leivi. «Hay quien se siente mal, deprimido, angustiado, y quiere quitarse eso de encima. Hoy las posibilidades son múltiples. Hay quienes buscan librarse de eso pero además quieren saber por qué les pasa lo que les pasa, y hay quienes optan por otras vías. Actualmente también existen medicaciones muy eficaces, antidepresivos, tranquilizantes? y está bien. Es cuestión de ver cuál es la expectativa de cada uno, y a partir de eso posiblemente se encuentre la respuesta terapéutica adecuada», apunta, no sin dejar traslucir su claro respaldo al análisis tradicional.

Si bien la práctica local es marcadamente eurocéntrica y, según reclaman algunos profesionales, debería ser menos reacia a incorporar a su proa a teóricos estadounidenses como Stephen Mitchell o Jessica Benjamin, la trascendencia de Freud casi un siglo después de su muerte sigue siendo innegable.

Abarca desde modos de aproximarse a las patologías y al sufrimiento hasta una nueva concepción del ser humano, plasmada además en áreas tan diversas como la salud, las prácticas pediátricas -tal como lo impulsó en Argentina el doctor Florencio Escardó- y pedagógicas.

Viena, donde Freud ejerció la mayor parte de su carrera, vivió un «auge» de aspirantes a los estudios de Psicología. Con los 1,955 registrados en 2012, casi puede medirse con los jóvenes interesados en la capital sudamericana, segundo hogar del padre del psicoanálisis (1,976 inscriptos en la UBA en 2012).

De un modo u otro, aquellos primeros pasos dados por Freud se siguen respirando en Buenos Aires, donde la afamada humedad rioplatense se mezcla con hipótesis psicológicas caseras y conceptos tomados de sus obras que han sido incorporados como epítetos. «Es un histérico», «un psicópata» o «tiene un TOC» (trastorno obsesivo-compulsivo), se escucha a cada vuelta de esquina. Si bien mal utilizados y, en palabras de Leivi, empuñados a veces «como insultos o piedrazos», las palabras dejan una vez más de manifiesto el acervo psicológico que blanden los porteños en su día a día.

En la fotografía de este artículo, una réplica en cera de Sigmund Freud y su gabinete en el museo Madame Tussauds de Berlín.