Los acreedores del Nobel han estado acompañados de genialidad, trabajo y suerte.
Al parecer, el Nobel escocés Alexander Fleming era un tipo bastante desordenado. Mientras que sus colegas dejaban sus mesas relucientes antes de irse de vacaciones, el científico dejaba la ventana abierta y las placas de Petri sobre el pupitre. Pero esa dejadez cambió el mundo: gracias a ella, Fleming descubrió por casualidad los efectos antibióticos de la penicilina.
Su caso demuestra que para recibir un premio Nobel, como los que se anuncian a partir de este lunes 6 en Estocolmo, un investigador no sólo ha de trabajar duro. También debe contar con una buena ración de suerte.
Este día, los investigadores John O´Keefe y el matrimonio May-Britt y Edvard Moser recibieron el Nobel de Medicina por descubrir las células que componen el sistema de posicionamiento en el cerebro humano.
«Fleming no era de esas personas que pasaba el día en el laboratorio», cuenta el director del Museo Nobel de la capital sueca, Olov Amelin. «Pero era un tipo muy inteligente y supo sacar la conclusión correcta». Cuando regresó de sus vacaciones, lo que el escocés halló en una de sus placas de Petri no fue la bacteria que esperaba, sino algo que más tarde llamó penicilina. «Así descubrió que ésta puede matar bacterias», explica Amelin. Y desde entonces, su descubrimiento ha salvado la vida a millones de personas.
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Por supuesto, no es sólo cuestión de suerte, pues ésta «rara vez cae en quienes no están preparados», apunta el experto. «Por lo general, un premio Nobel pasa al menos diez años de su carrera científica trabajando muy duro en algo», añade Astrid Gräslund, secretaria permanente del comité que concede el Nobel de Química. De ahí que pocos investigadores reciban el Nobel al comienzo de su carrera. «No es un premio juvenil», añade.
Al fin y al cabo, Fleming estaba buscando el modo de destruir bacterias. Lo que sucedió fue que tuvo el golpe de suerte que otros investigadores esperan toda una vida.
«No premiamos toda la carrera profesional», dice Gräslund. «Muchos científicos realizaron enormes contribuciones a la investigación, pero no participaron en algo que realmente cambiara el mundo. Así que no reciben el galardón». Cuando los comités del Nobel de Física, Química y Medicina estudian las publicaciones científicas en busca del próximo premio, buscan algo que «abra puertas».
Genialidad y un poco de suerte
El primer Nobel de Física lo recibió en 1901 el alemán Wilhelm Conrad Röntgen. Experimentando, descubrió más o menos por casualidad unas radiaciones electromagnéticas capaces de atravesar el cuerpo humano: los rayos X. Aunque no todo se debió al azar: Röntgen era un investigador concienzudo que «pasaba semanas en el laboratorio, donde comía y dormía», escribe Lars-Ake Skagegard en su libro sobre el Nobel.
Según Gräslund, «hay distintos tipos de premios Nobel», pero por lo general «tras ellos hay una buena parte de trabajo duro, algo de suerte y un poco de genialidad». Un atributo que no sólo se limita al gran físico Albert Einstein.
Hubo investigadores que fueron auténticos «genios sociales», como el danés Niels Bohr. «Creó un clima fantástico» congregando a investigadores, explica Amelin. Y estas comunidades de científicos son esenciales para investigar, por ejemplo, el comportamiento de los animales en manada.
«No obstante, también hay genios solitarios, aunque éstos cada vez escasean más», señala el director del Museo Nobel. Antes solían encontrarse entre las filas de los físicos teóricos, como Erwin Schrödinger, famoso por sus affaires, o su contemporáneo Paul Dirac. Ambos compartieron en 1933 el Nobel de Física por el descubrimiento «de nuevas formas productivas de la teoría atómica».
En ocasiones, la clave reside también en estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Como le sucedió al japonés Koichi Tanaka, que en 2002 recibió el Nobel de manos del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia. No había sido un estudiante brillante ni poseía un talento único, apunta Amelin. «Pero aterrizó en una empresa que estaba desarrollando un método que resultó extremadamente importante» para el análisis de macromoléculas biológicas.
El Nobel a Tanaka desató un ardiente debate entre la comunidad científica. Muchos opinaban que el premio se lo merecían unos investigadores alemanes que desarrollaron un método mejor. «El galardón debe ser para el primero que tenga una idea que cambie el pensamiento de la humanidad», defendió el presidente del comité Nobel. «Y eso lo hizo claramente Koichi Tanaka». Simplemente, publicó antes sus resultados.
Así, quien busque el Nobel debe tener en cuenta una cosa: no basta con anotar tranquilamente sus descubrimientos en papel. Hasta que no se publica, el más fascinante de los descubrimientos no cuenta para la ciencia.
Duda resuelta
El trabajo de los tres investigadores galardonados este lunes, desvela las neuronas que ayudan al ser humano a ubicarse y definir a donde quiere ir, dijo un integrante de la organización que otorga el premio anualmente.
El descubrimiento de los investigadores resuelve una duda que por años ha intrigado a científicos y filósofos, y se considera que apoya el tratamiento del Alzheimer.
Con información de DPA
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